(cheun rume)

 

20111218

Viam Veritatis Inveni

Bajaban al valle desde todos los cerros para verlo. Viajaban horas, días y noches completas, sólo para presenciar el espectáculo de su hablar destartalado. De su presencia haraposa. De sus yagas vivas bajo la piel. Entre burlas y risas, lo idolatraban como a un mendigo. Lo elevaban como al redentor. Y este viejo desequilibrado se involucraba en el papel. Vociferaba sus discursos encendidos en contra del capital o de la opresión o de la injusticia. Despertaba con estas palabras rabiosas manifestaciones de júbilo. "El capitalismo yanqui neoliberal causa desigualdad!" - decía bajo el sol tropical de diciembre y los centenares de espectadores rompían en tronadores aplausos. Relámpagos de aplausos. "Compañeros" alcazaba a gritar una vez más, antes que su hablar se disolviera en murmullos indescifrables.

Los curiosos lo seguían mirando con crueles intensiones. Las carcajadas del público menguaban aún más los sonidos exiguos del viejo. Emocionado, sin embargo, éste no se detenía ni un instante en su lúcido discurso. ¿Por qué no habría de ser lúcido? Toda esta gente en comunión a su al rededor escuchándolo entregar las claves de la verdad, confirmaban que las imágenes que danzaban frente a sus ojos eran la pura y transparente realidad. Que esas formas coloridas, que esos sonidos agridulces, que esos delirios vívidos eran, son por cierto, la llave de una bóveda perpetua. Las risas del público parecíanle de acuerdo y concierto.

Así habiendo captado ya su atención, entre las carcajadas y las sornas, irrumpió el viejo con su ininteligible discurso:

Viam veritatis inveni
ad libertatem, expergefacio
nunquam plus redeant
sicut erat in caelis.

Tū! Sancta Virgo,
lapidis descendī
et dā mihi corpus tuum.

Tū! Sol aestās,
illustratē nocte
et quiesce in auroram.

20111202

Eclipse

You can never under stand the rain
While the midday shadows
Tremble over the place
As the sky darker grows
Your five sides in pain
Can feel the god of yellow
Dying behind the main_
Hill of these meadows

If we ever have the spare
If we could only dare
To be-have like the ghost
Of the one who lived the most
A mighty demon would care
About our unpaid cost

Remember that night
By the sea, by the light
Of that old convex lady
Who repeated so bravely
It's our right
To hide away that bright

20111120

Mercado Laboral

Se puso en blanco mi mente. No fue esto lo que yo busqué. Se puso en blanco mi memoria. No fue esto lo que yo busqué.

Mis dedos erráticos por el teclado, olvidaron ya su forma cósmica de bailar. Mis ideas desordenadas, mis pensamientos fulminantes, se fundieron en un solo bloque de racionalidad. ¿Y mis lágrimas llenas de sangre? ¿Y mis praderas distantes?

Recuerdo tu sonrisa en mi oído. Sobre la hierba suave, al calor del verano. Recuerdo la deslumbrante y luminosa danza de ideas que veía tras tus ojos. Recuerdo por sobre todo esas explosiones pirotécnicas que, con el sol, brillaban en las gotas diáfanas de la primavera.

Pero todo cuanto recuerdo, no es más que la consecuencia de lo que debía suceder. No es futuro ni pasado, sino subjuntivo puro. Y siendo al mismo tiempo lo que no es, mi mente no mantuvo la policromía en su forma primordial. La automatizó, la clasificó, la parceló, la esquematizó. Convirtiendo así la imaginación en una herramienta, un arma, que se alejó de su esencia pétrea. La métrica sustituyó a la creación, sustituyendo también al hombre por el autómata laboral.

20111113

Es Olvido

Olvidé escribir
la gloria de las gallardas batallas
la entrega de los peones del campo
el fracaso de la libertad proyectada

Como la fútil noche de la bailarina
así perdió mi memoria la decencia
dentro de una cama almidonada
con sábanas manchadas por el sol

Un lento efluvio insistente
se apoderó de los recuerdos más deseados
los cortó, los mutiló, los destrozó
los abortó como una declaración de guerra.

Es olvido lo que me ataca,
es olvido el escribir,
es olvido quien se es,
es olvido ese futuro de quimeras
y el herrero que lo habría de forjar.

20111111

11.11.11.11.11.11

20111031

La trucha y el sapo.

Poco después de quel caballo hubo de darse la vuelta para seguir pastando, un sapo saltó de entre las matas.

"¡Hola trucha!"- dijo con soltura. - "Escuché tu conversación con el caballo. ¿Me dejas nadar un rato a tu lado?"

Y sin dar espacio para respuestas, rápidamente se zambulló en las frías aguas cordilleranas y se puso a nadar palmo a palmo con la trucha.

La trucha continuó con su esforzada tarea sin reparar mayormente en la vívida elocuencia del anfibio:

"De donde yo vengo, Trucha, las gentes tienen las cosas claras. Como tú Trucha, que nadas sin cesar contra la tormeta, así se levantan también mis hermanos contra la injusticia. Así nosotros, que nadamos tanto como caminamos, hemos logrado formar nuestro país próspero y confiable. Créeme cuanto te digo Trucha, pues nosotros no vivimos en vano. Donde quiera que vamos con nuestro mensaje, los más diversos animales nos siguen y nos rinden tributo. No son pocos quienes quisieren ser como nosotros. Nosotros, los administradores de la riqueza, los ejecutores de la bondad, los generales de equidad."

"Nos han seguido desde todos los riachuelos de este valle. A muchos les hemos enseñado a caminar a nuestra usanza y semejanza. Y créeme que muchos peces han abandonado las aguas de su identidad, para andar con nosotros en las calmas llanuras de la abundancia. Muchos han dejado el sufrimiento diáfano ante la promesa mancomunada del bienestar."

La trucha comenzaba ya a molestarse con la voz aguda y arrogante del sapo, pero prefirió no emitir juicio y concentrarse en la caza de su alimento.

"Es así Trucha, como hemos logrado influir, qué digo influir, ¡dominar! los distintos cauces de este país. De a poco hemos ido entregando a nuestros seguidores los mayores beneficios. Les hemos dado una razón de ser, una identidad, una característica única. Todos ellos, créelo porque es verdad lo que te digo, han logrado nadar con la presteza del más ágil escualo. Nunca ha habido uno que, viniendo a nosotros, haya dejado de ser parte de esta entelequia multicolor que nos reune. Pues todos somos uno, en nuestra exquisita grandeza."

En eso la trucha, finalmente, cazó un despistado zancudo que era arrastrado por las aguas. El sapo, sin embargo, no se dejó amedrentar por la indiferencia del pez, sino que tomó todavía más fuerzas para seguir vociferando:

"En nuestra tierra, abundan los insectos y el alimento. Abunda la abundancia y escasea la escasez. Y en nuestra tierra..."

¡Zap! La trucha cazaba ahora una libélula multicolor.

¡Zap! Una mantis religiosa.

Dando un salto por sobre las aguas, la trucha atrapaba al vuelo una polilla de la noche que anunciaba.

El sapo entonces, con su repugnante aspecto y su grotesca forma andrógina, prefirió saltar del riachuelo fértil que habitaba la trucha, para seguir su búsqueda de incautos.

20110908

1550

Cual Magallanes entre los fiordos
sobre las olas blancas,
cual Darwin, Drake y Vasco da Gama
sobre el mar voluptuoso;

Como el salvaje de Orellana
por las aguas ignotas
¡por las caudalosas aguas claras!
del fértil Amazonas;

Como frágil esquife, esclavo
de las formas marianas,
intruso de las curvas soñadas
del reino conquistado;

Como quien sacrifica la muerte
así me adentro en ti
virginal sucesora de Ceres,
estatua de marfil

20110815

Horacio en Cama

"Lentamente he ido perdiendo la coherencia en mis ideas." Se decía Horacio bajo la luz penetrante de su ampolleta. "Deben ser estos rayos incandescentes que penetran mi cerebro como aguerridas lanzas."

"¿Qué fue lo que concluí ayer? ¿Acaso manifesté mi decepción con esta especie de simios parlantes? Estoy en efecto decepcionado. Pero no fue eso lo que iba pensando ayer. Mientras avanzaba por la Diagonal. Siempre por la misma calle, bajo esos pórticos macizos, lleno mi cabeza de estas palabras. Se me olvidan apenas pongo un pie en la casa. Pero en ese momento, mientras hablo solo como un loco, concluyo las más profundas calamidades. ¿Qué será aquello que inundaba mi mente ayer?"

Horacio yacía inmóvil sobre su cama. Estas reflexiones que le venían a la cabeza, incoherentes a ratos, eran quizás un simple delirio. El frío de la tarde que penetraba en su cuerpo, le hacía temblar, le revolvía las entrañas y lo obligaba a correr al baño cada cierto tiempo. No podía ya soportar este frío intenso que lo quemaba desde dentro. Nunca tuvo gran éxito en infundirse ese valeroso optimismo de sacar la faceta cálida y alegre de su personalidad y, en consiguiente, se lo pasaba temblando desnudo sobre su cama durante largas tardes de invierno. Y mientras lo hacía pensaba:

"¡Luchar! Luchar dicen estos pajaritos. Luchar implica tener un enemigo contra el cual pelear. E implica también otra cosa. Violencia. La lucha es la violenta imposición al enemigo. ¿Cómo piden que luchemos? ¿Qué quieren estos con su lucha? ¡Luchar! Como si no tuviera suficiente con soportarlos. Como si no tuviera suficiente con sobreponerme a la noche y sus inclemencias. ¿Quieren que busquemos enemigos? ¿Que los matemos a pedradas si es necesario?

"Desnaturalizaron la palabra, le quitaron el objeto, la volvieron ambigua y oscura. Luchar contra la injusticia, contra la desigualdad, ¡por la libertad! Definieron como cristianos su posición arbitraria, su moral conveniente, su absoluta identificación del bien y el mal, e impusieron este modelo simplista en las mentes de estos jóvenes simplones. ¡Luchar! La despojaron con artimañas de su verdadero significado y la grabaron en piedra como en las sagradas escrituras. ¿Y hoy quieren que luchemos? ¿Contra quién, por quién, para qué?

"Estos no quieren la libertad ni la igualdad, estos quieren imponer su libertad y destruir nuestra igualdad. ¡Estos desgraciados quieren gobernar! Y a boca de jarro."

"¿Cómo no perder toda esperanza en esta raza de perros rastreros? Cobardes hasta la médula. Educados en la inconsciencia. No pueden construir futuro si jamás han construido su pasado. ¡Ha construir pasado! Quel futuro no vendrá sino hasta mañana."

¿Pasado? Horacio sobre su cama gritaba estas razones de manera desesperada. El temblor de su quijada y la dicción desprolija dificultaban entender a qué se refería con exactitud. Su boca se llenaba de espuma mientras su cuerpo se retorcía de dolor.

En un arrebato de náusea, la bilis amarilla escurrió por su garganta y fue a inundar las delgadas sábanas. Horacio de esta forma cerraba su contrato con la locura. Horacio así veía la verdad de los hombres y el asco le hacía escupir su sangre.

20110627

Frío

Un frío eterno me consume
Mi cuerpo tiembla frenético,
histérico, constante, cambiante
Mis gemidos se escuchan guturales
profundos, medulares, verdaderos
Mi pecho absuelto por el sudor helado
Mis dedos erráticos confuden las letras
Me posee un frío incontrolable
Un frío que desata mis entrañas
Que libera mis intestinos
¡Que duele de tan frío!

Ni la lana heredada
Ni las calcetas escandinavas
Ni el tejido de una madre
Ni el color del Magreb
Mucho menos tu abrazo impúdico
Tu regazo estéril, tus caricas ásperas
Pueden calmar este temblor nervioso.

Un frío que crece junto al fuego,
un frío que nace desde adentro
que surge del estómago y me congela
desde el corazón hasta la cabeza.

20110613

TurAustral

"Soy penquista, no chileno." Me repetía sin parar. El viento helado me levantaba del piso un poco más en cada paso, y con su fuerza inequívoca me guiaba por las calles de Rodas. Es que lo único que me hace feliz es caminar. Caminar y caminar sin rumbo, por entre las ruinas y los recuerdos, por sobre los adoquines hundidos, por entre la gente sin rostro. Llueva o no, con vendaval o con un sol tibio de invierno, lo único que me mueve son mis pies ágiles, esa ilusión de libertad.

"¿Cómo voy a ser chileno yo?" Con cada paso resonaba fuerte la pregunta en mi cabeza. Me sedaba leyendo en algún kiosko la prensa dese país lejano, inventado, fraudulento. Aún volvía el zumbido antipatriota al reemprender la carrera desbocada. Es que no camino, vuelo sobre las piedras. Corro, escapo de mi única realidad, para encontrar ese Arco Triunfal. "¿Seré yo el único que recuerda? ¿O acaso, escondidos bajo el polvo, hay más criollos libertarios con la misma corazonada?"

Un amigo catalán me decía una vez que el requisito para ser español, es querer serlo. Quien no quiere ser español, naturalmente encuentra su verdadera patria en Catalunya heroica. Me lo decía con toda naturalidad y con un acento ibero que, por supuesto, invalidaba cualquier razonamiento micronacionalista. Yo que hablo, ¡y hasta pienso!, en chileno, ¿cómo voy convencer a alguien que no lo soy?

"¿Chileno? Si Chile queda del Maule al norte. La Frontera es ese río lluvioso y no éste." Y al pensar esto, en voz alta y gesticulando, algunas chispas perdidas en el remolino de viento iban a condensar en mis lentes. La lluvia comenzaba tímida en ésta, la capital de Penco. "Si esto nunca fue Chile sino hasta que nosotros lo inventamos."

"Yo no soy chileno, sino penquista." Me lo repetía con cada vez más fuerza. Mientras surcaba entre esos paraguas invertidos que les dio por construir en la mitad del Paseo Peatonal. Mientras saltaba sobre los hoyos en el piso. Mientras mis ojos intentaban no ver las cicatrices múltiples. Mientras mis lágrimas se negaban a inundar la Galería Rialto. Porque estas calles de mi infancia se llenan hoy de suciedad y cobardía. Mis puños y dientes apretados al ver el pavimento destruido pueden dar fe de ello.

"¿Y estos? ¿Penquistas o Chilenos?" En sus ojos egoístas y transparentes no se observaba más que evasivas. ¿Cómo van a ser estos los llamados a la libertad? Los gestores de la Nueva Independencia. ¿Cómo? Si no son capaces de reconocer su maltratada patria. ¿Cómo? Si viven en la ilusión de la comodidad extranjera.

¿Quién creyera que en este vacío pudiere encontrarse profundidad alguna?

"No soy chileno, soy penquista. Soy el último penquista. El único que queda desa estirpe vigorosa de antaño. Soy el último heredero de Galvarino, el último hijo de la Mocha, el bastardo que se levanta entre la niebla y marcha por la libertad."

Y con esas divagaciones grandilocuentes me disolví entre la gente, bajo la lluvia implacable, bajo la tarde que daba paso a la noche, bajo el olvido poderoso y la soledad flagelante. Me reduje desde mi ser a estas letras inmundas. Me convertí en este mensaje de la nada, en este manifiesto imposible, en la desesperada desilusión.

20110529

Nebulosa

Yo inventé la vida,
Yo creé la muerte
Las horas del día
Se desvanecen en mi cuerpo
En ningún otro.
¿O acaso otro existe?
Sólo yo puedo
Este atardecer palpar
Y son mis manos
Las que de alfarero me disfrazaron.
Sólo yo creé la vida
Pues sólo yo viviré la muerte.

(Pausa)

Ah!
La noche continua se levanta sobre mi espalda.
Vierais cómo repetía yo los cánticos imaginarios.
Las voces irreproducibles que me inspiraban desde lo alto.
Porque dios sí existe.
Dios no es otro que mi sombra en un día estival.
Lo celeste me completa,
Porque lo celeste es mi escencia primordial.
Como el amor de Platón.
O como la verdad del universo,
Existo sin más,
Sin objeción mayor que mi propia versión de la realidad.
¿La realidad soy yo?
O la realidad sois vosotros, despreciables lectores.
¡Cómo os desprecio!
Diría el poeta de la realidad.
Cómo os envidio.
Diría yo si de querer hablaros se tratase.
Vosotros que no hacéis más que repetir vuestro propio juego
Y yo, ¡os envidio!
Sí es verdad
Os envidio porque vosotros,
Lectores que no leen,
No sois sino lo que yo quiero que seáis.
Y declaro y dicto:
No tenéis mayor deber que complacerme.

20110525

La Ecuación de Zarathustra

Zarathustra presentó el concepto del eterno retorno y del übermensch. Según el sabio persa, retornar siempre al comienzo en todos los sentidos implica necesariamente que todos los hechos, pensamientos, acciones y cualquier otro pecado del individuo, se repetirán eternamente sin importar lo que hagamos para cambiarlo. Es a la vez una bendición y una condena.

Bendición porque entender nuestra condición cíclica, fuerza al individuo a no tener miedo de sí mismo ni de lo que lo rodea, sino a superarse en cada instante pues deberá volver a pasar nuevamente por lo mismo. Zarathustra en este sentido es un liberador, pues enseña el conocimiento de sí mismo y la fuerza de plantarse a hacer lo que a uno le venga en gana. Pero es el eterno retorno al mismo tiempo una condena. Una condena eterna a la insignificancia de la grandeza. No importando lo sublime del individuo, su condición cíclica lo hace confluir finalmente a un estado estacionario, donde, sin importar sus acciones, siempre será oprimido por un orden superior. Es en este caso Zarathustra un verdugo. Su determinismo lo convierte en la antítesis de sí mismo, en un cristiano fervoroso, que condena al hombre a la vida eterna y a la decadencia.

¡Oh Zarathustra! ¡Ateo y creyente al mismo tiempo!

Un individuo, como una relación cíclica y periódica del tiempo, puede representarse como una función φ con dominio en el tiempo y recorrido arbitrario tal que φ(t) = φ(t+T), para todo t y para algún T real conocido o no. En otras palabras, según Zarathustra, el hombre es una función determinística del tiempo que se repite constantemente. Inalterable. Abajo el libre albedrío. ¿En qué se diferencia esto del cristianismo? ¿Acaso Zarathustra también es un filósofo cristiano, moralista, como todos los que él mismo condenó?

Porque de cualquier modo, esta concepción cíclica corresponde a un ideal. Y por ideal entendemos el imperfecto capricho de un orden superior. Sea un dios muerto o sea el determinismo de lo cíclico, lo cierto es quel individuo pierde su libertad en manos de este monstruo llamado tiempo.

Cabe preguntarse dónde queda el superhombre en este modelo. Aquel concepto de vida superior alabado por el ermitaño y forjado a su propia imagen y semejanza. ¿No es acaso Zarathustra el único superhombre quel mundo ha conocido? ¿No es acaso él el único capaz de romperle la mano al tiempo y ser su propio maestro?

Su existencia temporal, acotada a determinado intervalo, le permite a Zarathustra reunir, sumar, moldear a la forma de la verdad, la realidad que le rodea. Haciendo entonces su obra la más grande de las obras, pues es una obra que logra quebrar la secuencia de los hechos. Se puede entonces definir al superhombre según la siguiente relación:

El superhombre, como integrador, se define en un tiempo determinado, entre t0 y tf. En una época en particular. El superhombre, no es cualquier hombre, sino sólo aquel que es capaz de dominar y cambiar el tiempo en el cual se desenvuelve, tomando al individuo original y llevándolo a un nuevo estado superior. El superhombre es así un ser definido por su época, pero que a su vez la define el mismo. De esta forma, rompe con la cíclica condena de su existencia mortal y trasciende en virtud de su valor absoluto. El superhombre no es una función del tiempo continuo, sino apenas de un instante inicial y un instante final. De este modo, pueden entonces distintos hombres tener distintos valores, según cómo se defina el recorrido de la función φ.

En efecto, el valor del superhombre depende de la suma de los hechos “buenos” o positivos y los hechos “malos” o negativos que se desenvuelven en el período escogido [t0, tf]. Si los primeros sobrepasan a los segundos, podremos decir que la función del superhombre tiene un valor positivo y por lo tanto su existencia es una mejora al sistema en el cual se desenvuelve. Por el contrario, para una mayor preponderancia de los hechos “malos”, entonces la función del superhombre tomará un valor negativo y constituirá una muestra del grado de perversión de este individuo particular. De esta forma se puede establecer una jerarquización, una ordenación de los superhombres. Atención, de los superhombres, no de los individuos iniciales.

Un tercer escenario se puede presentar y éste es que la integral definida termine teniendo un valor nulo. En tal caso, ¿es el superhombre efectivamente un superhombre?

Vale la pena detenerse un instante en esta pregunta. Una respuesta afirmativa se sustentaría fácilmente por la definición algebraica que hemos dado de superhombre. Por definición, el superhombre sería un superhombre. Una respuesta negativa, por el contrario, provocaría un debate más profundo sobre la naturaleza del individuo y la correcta aplicación de un cuerpo platónico, como el álgebra, para modelar realidades (sean éstas físicas o psicológicas).

En particular, un valor nulo se podría dar en dos circunstancias: O el individuo no hizo absolutamente nada para demostrar su naturaleza de superhombre (i.e. φ(t)=0, para todo t); o la combinación entre el recorrido de la función y el intervalo elegido es tal, que las áreas bajo la curva se cancelan. En esta última situación, el individuo mantendría una constante lucha para balancear aquello que define como “bueno” con lo que define como “malo”. Con la moral. Un superhombre que en un intervalo arbitrario tenga un valor nulo, es necesariamente un ente moral.

Por ello, Zarathustra predica la destrucción de toda moral. ¿De qué nos sirve un superhombre que es incapaz de superarse a sí mismo?

¿Y por qué debiere servir para algo? ¿No es acaso eso de servir un tipo particular de moral?

Reformulando la pregunta: ¿Existe un superhombre cuando su valor es cero? ¿O es simplemente un payaso que sabe cómo morir?

20110518

20110508

El último penquista

Hay dos realidades aparentemente opuestas que hoy se conjugan en nuestra ciudad. Me gusta pensar que eres tú también un habitante de este pueblo olvidado. Sin embargo creo que ya con seguridad puedo bautizarme como el último penquista. El último individuo que se resiste a perderse en la insolvencia y en la inconsciencia. De esto precisamente se nutren ambas realidades. Aún cuando en la forma parezcan totalmente opuestas, en el fondo son quizás una consecuencia de mi bautizo.

Tú. Sí, tú, quien lee esto sin prestarle atención. Tú que te dices vivo, que te dices sabio. Tú que crees conocer los misterios de la ciencia y la metafísica. Tú eres también parte de mi ficción. Permíteme la descortesía de ser yo quien te defina e ignore tu divino derecho al ser. Tú, pequeño lector, hediondo burgués, no eres sino lo que yo quiera que seas. Y en esta ocasión te presento e imagino como alguno de mis desertores. Traidor a la patria pura que alguna vez vivimos. Tú, que no existes sino al leer estas líneas, que no lees pues te niegas a existir y que no existes pues sólo yo te he creado, me habrás de encontrar razón, cuando me declare como el último penquista.

Ambas realidades se observan una tarde de viernes. O una noche de viernes. Entre diez y once de la noche más precisamente. Durante esta hora inquietante saltan a la luz, o a las tinieblas, las razones del pesimismo que he ido acumulando. Créeme que soy un pesimista nato. Un verdadero condensador de pesimismo. Y es pues bajo esta mirada cesgada en la que se me presenta la primera de las realidades.

Caminando con pausada prisa por los arbóreos confines del libre albedrío, con la arrogante y juvenil intención de esquivar el frío con una bufanda y una camiseta manga corta, se van sucediendo una tras otra las caricaturas de ese instante. Porque son instantes fugaces apenas los que protagonizan estas máscaras griegas. Pasan dos redondas sonrisas parloteando sobre el novio de una tercera. O se agrupan un montón de músculos que representan el milagro del pensar para tomar una decisión que incluye a cuál bar entrar.

En esta realidad alegre de juventud, llena de miradas cómplices, de sonrisas coquetas, de cuerpos adornados y de luces tenues, se confunden mendigos de amistad, pobres de identidad, hambrientos de comunicación. Se enredan las alegrías vanas, intrascendentes, con el deseo de buscar en este vacío alguna profundidad. Se ven los jóvenes de la Plaza Perú en aparente alegría, en profunda comunión, entre risas de segura convicción, pero se asemejan más a comediantes tristes o a correlegionarios idénticos.

Se ahogan en rituales tácitos, juntan las monedas, pierden la vergüenza, van olvidando de a poco la realidad que yo observo para sumergirse cada vez más en la evasión de fin de semana. Sin darse cuenta, un muro de soledad se erige entre cada local, entre cada mesa, entre cada par de individuos. Y todos ellos que parecen compartir, en realidad no hacen más que ignorarse en perfecta comunión. ¡Cómo no lo voy a saber yo! Si yo mismo tantas veces he participado de esta escena pirotécnicamente triste. Tantas veces he atestiguado la fraudulenta promesa de libertad y tantas veces he caído yo en su trampa.

¿Qué libertad nos entregan estos rituales semanales? Si esperamos cada domingo por la condena del próximo amanecer, también despertamos cada viernes con la esperanza en la libertad del atardecer. Y sin embargo, cada siete días nos decepciona lo que nunca hemos alcanzado.

Por eso paso cada viernes frente a esta realidad grotesca con la mayor prisa posible. Envidiando honestamente a quienes se divierten en una mesa compartiendo un jarro de cerveza, pero despreciándolos al mismo tiempo por entregarse al vacío de no asumir su propia verdad. Porque no existe verdad sino la propia, insolente lector. No hay más verdad en estas líneas que la que yo impongo con mis palabras. Y tú, ¿tú?, qué puedes replicar tú sino exactamente lo que yo dicto que puedas replicar.

Defiéndete como puedas, pero este paseo vaporoso entre los edificios coloniales no es mi imaginiación, no es mi ficción como tú. Este paseo vaporoso es la científica observación de la soledad. Aún en compañía, nos encontramos en profunda soledad.

Así sigue uno caminando para adentrarse en una segunda realidad. Lentamente, espaciadamente, van disminuyendo las risas juveniles y los alientos cargados de alcohol. Ya no se escucha la voz amarga de la poetiza que ofrece sus poemas, incluso eróticos, por algunas monedas miserables. De a poco se ven menos parejas por la Diagonal. La noche entrega su calmado manto a la ciudad que ve pasar los últimos buses. La sinfonía infernal de medio día se apacigua al caer la luz. Los ruidos ensordecedores, las bocinas histéricas, los taladros y las grúas, la gente nerviosa que choca entre sí, los vendedores ambulantes que gritan y no dejan caminar, este ballet gris y polvoriento que cada día se representa sobre este escenario penquista, se va al fin a descansar.

Pero, lejos de ser un silencio reparador, la noche desnuda a la ciudad para mostrar todas su heridas y cicatrices. Sin las interferencias de la tarde, se observan los abismales surcos en la tierra, los deprimentes desniveles, las ruinas recurrentes, las construcciones baratas de mal gusto y las penosas fachadas de relleno. Caminando por la calle te encuentras con las putas feas paradas en las esquinas, con los ancianos abandonados en la esquizofrenia y el vino malo, con la indiferencia de quienes vuelven atrasados a sus casas y con jaurías hambrientas que hurguetean la basura. Así esta segunda realidad difiere hasta el infinito de la aparente alegría bohemia de algunas cuadras más atrás. ¿Quién podría condenar la evasión de la compañía en este escenario roñoso? ¿Quién se atreve a exigir fortaleza para enfrentarla si la recompensa es todavía más pesada?

Las calles destruidas, manchadas con sangre araucana y ladrillos desparramados, se coronan con ruinas en poca altura, para quedar a la vista de quién levante la mirada de su vaso colmado.

¿Me entiendes ahora, lector ocasional? ¿Acaso no soy yo el último penquista? El último individuo que mira la libertad con ojos abiertos. El único que aún no arranca como rata, ni a la evasión ni a la distancia. El último penquista que recuerda esas tardes de sol cálido y cielos azules de nuestra inocente niñez. ¡Cómo añoro la alegría verdadera de nuestra olvidada libertad!

20110501

Éxodo

Mi abuela decía que ella se vino el año 34. Mi mamá tenía 9 años y era la mayor. Tenía un hermano un año menor y hasta hoy son muy unidos. Se quieren mucho porque tuvieron que ayudar a mi abuela a cuidar a los dos menores. La guagua tenía 1 ó 2 años cuando se vinieron. Y el otro cuatro o algo así. Hoy mi mamá va a cumplir 86. Nació el 25.

Se vinieron porque mi abuelo se fue para Argentina. O eso decía ella. Como vivían allá en el sur, era fácil pasarse a Argentina. Eran de Quilaco. Eso es donde nace el Biobío a un par de leguas de las nieves eternas. Allá mi abuela estaba casada con mi abuelo y tenía a los cuatro críos. Un día mi abuelo se fue para Argentina y no volvió más. ¡Nunca más se supo de él! Seguro que se fue con alguna más jovencita. Igual de mapuche que mi abuela, pero joven. Entonces mi abuela no sabía qué hacer con los cuatro cabros que tenía que cuidar.

Capaz que el viejo no se haya ido con otra. Ella sólo decía que se había ido a Argentina. Quizás se murió en un cerro o de frío.

Ellas eran nueve. Todas mujeres, mi abuela y sus hermanas. A dos de sus hermanas les había ido bien parece. Una vivía en Santiago y no sé qué hacía. Así me lo contó ella. Su otra hermana vivía en Talcahuano. Era casada con un carabinero, así que le iba bien. Entonces cuando se le fue el marido, mi abuela le escribió a sus dos hermanas. Y las dos le dijeron que se fueran a vivir con ellos. O sea mi abuela y los niños, mi mami, a vivir donde la tía de Santiago o de Talcahuano. Las dos le dijeron lo mismo.

Y como mi abuela no tenía qué otra cosa hacer, hizo las maletas y se subió con los cuatro niños al tren. No sé si lo habrán tomado en Quilaco. O en Santa Bárbara. La cosa es que se subieron al tren como para irse para siempre. Quizás con cuántas cosas andaba la señora. No debieron ser muchas de cualquier modo. Partieron los cinco en tren para el norte. ¿Te acuerdas que había que hacer trasbordo en San Rosendo?

Mi abuela en realidad no sabía bien qué iba a hacer. Yo creo que subió al tren de puro enojada. Parece que quería irse a Santiago con la otra hermana. Pero tampoco lo tenía muy claro. Le era más o menos lo mismo. Entonces en San Rosendo se tuvo que cambiar de tren. Porque el que venía desde el sur terminaba ahí. Pensando que se iba para Santiago, tomó el tren para Talcahuano y no se dio cuenta sino hasta que llegó al puerto. Con toda la chiquillada, llegó sola a Talcahuano y no sabía bien dónde vivía su hermana casada con el carabinero.

La tuvo que salir a buscar. Cuando la pilló, su hermana le cedió una casita en el patio de atrás de la de ella, para que viviera con los niños. Y ahí se crió mi mami, por error en Talcahuano, cuidando a sus hermanos chicos y sin nunca más saber del padre.

Quizás qué fue del viejo. Capaz que volvió a Quilaco a buscar a su mujer y no la encontró. Le habrán dicho que se fue para Santiago y se perdieron para siempre. Hubiera sabido. Pequeño detalle el de equivocarse de tren. Así terminamos todos nosotros acá en vez de en Quilaco, o de en Santiago. Por eso debe ser que comemos tantos piñones.

Ésa es la historia de cómo se pobló este país.

20110419

Paréntesis Laboral

190420111805

Cuando se escribe, se pierde el miedo a la decisión. Escribir es un campo abierto, libre de obstáculos para una mente insegura. Escribir permite darle coherencia y relación a ideas sueltas, que bombardean la cabeza, pero que no se completan, no toman forma de idea, sino hasta estar sobre el papel. Porque es distinto, muy distinto, escribir en papel quen una pantalla.
Escribir no es sólo una función vital en el proceso de pensamiento. Es más que el proceso en sí. Escribir es un fin que justifica al ser. Escribir, cualquier cosa, la temática es circunstancial y casi anecdótica, es la llave, ¡la puerta entera!, hacia el inividuo. Sólo al escribir se logran conjugar en armonía los sentidos con el fuero más profundo. La escritura es la fuerza que dicta el balance entre ambos mundos, entre los dos espacios en los cuales se define el individuo. El mero hecho de escribir.
Leer, por el contrario, es la mayor ignominia. Exponer desnudo y sin reservas a un indefenso escritor. Someterlo al escarnio público sin miramientos ni segundas oportunidades. Leer es atacar al ser puro, al poeta de lo divino o lo profano, de la tierra o de la noche, al ser que se expresó en perfecta comunión de su ser.
¿Y ser leído? La mayor vergüenza sin duda. Ser leído es una muerte lenta en los ojos llenos de deleite del verdugo ilustrado. Ser leído es el cielo que se desploma sobre los hombros, la sangre que se sube a las mejillas, la voz tartamuda y las manos sudorosas. Ser leído es la burla grotesca y cruel.
¿Pero cómo se escribe sino leyendo? ¿Para quién se escribe sino para un lector? Escribir implica la humillación de descubrirse. Mostrar las cartas sobre el paño verde. Escribir es ser leído. Y todo quien quiera escribir se deberá someter al más duro juicio y a la peor de las condenas. Sólo un mártir, por tonto o por convicción, puede darse el supremo placer de ser libre en una hoja de papel. Sólo un santo, un estilita, puede escribir. Pues sólo un verdadero seguidor de Zarathustra puede soportar el cilicio en calmada penitencia.
Por ello, yo no escribo. Garabateo hasta, quizás alguna vez, lograr superar esta vergüenza que tú, encapuchado lector, me haces sentir.

20110417

Vida Eterna

En ese instante,
Cuando la lluvia cayó,
Cuando la noche despertó,
Cuando la tarde durmió
Cuando la historia cambió;
En ese tiempo,
Cuando la cabeza explotó,
Cuando la sangre se heló,
Cuando la conciencia descansó;
En esa era,
Cuando la tierra tembló,
Cuando la ciencia falló,
Cuando la certeza mintió;
En ese día,
Cuando la lucha volvió,
¡Cuando la luna brilló!
En ese momento,
Me puse de pie y resucité.

20110404

El Soneto de Horacio.

Lo siguiente os digo comensales:
retroceded ante la compañía
luchad contra estos simples mortales
despertad de esta latente elegía.

No vi razones ni tragedias tales
que enjuiciaran nuestra filosofía.
No vi enemigos ni bizarros males
sino troyanos con coraza fría.

El lamento no puede ser eterno
ni la cristiana obediencia inconsciente
cuando este trigo deje de estar tierno.

Caminemos con la vista al frente
y ofreciendo también el pecho arverno,
alcemos la copa del sol nasciente.


Salut!

20110323

Las marcas

Bajó Horacio silenciosamente aquella mañana a la calle. Entre los desesperados rostros de los habitantes, notó Horacio lo que nadie más había visto. Las fachadas de las casas más antiguas de la ciudad habían sido marcadas todas por extraños signos. ¿Qué clase de secta había atacado durante la madrugada todas las puertas de la ciudad? ¿Todos los pilares? ¿Todas las murallas de ladrillos desnudos o al menos escotados?

Horacio se preguntó, porque sí, Horacio también se preguntaba cosas, qué clase de significado tendrían estas extrañas manchas. Un círculo era divido en cuatro sectores por una cruz oblicua. Bajo el símbolo, se distinguían tres caracteres, un número nueve y un tres separados por una barra en diagonal. Además, aleatoriamente en alguno de los cuartos del símbolo, se dibujaban letras que no se lograban descifrar. ¿Qué era todo esto? ¿Quién se adjudicaba este atentado?

El miedo en las miradas de los múltiples observadores era evidente. Un despeinado hálito de terror se reflejaba en los ojos de los hermanos de Horacio. Muchos de ellos habían pasado la noche en vela sin imaginar si quiera que sus puertas habían sido marcadas por manos desconocidas. Los vetustos edificios, solemnes como callejón inglés, con esos poderosos pilares y esas gruesas paredes, se presentaban vulnerables a los desesperados caminantes.

Sí, un aire desesperado invadía a la población. Muchos acarreaban el agua sucia desde la fuente principal de la ciudad con temerosa precariedad. Los más se entregaban al desenfreno medieval ante la ausencia del señor. Todos sin duda procuraban para sí las mejores piezas y las mayores cantidades. Un desbanco de cantidades. Donde los que más o menos tenían no importaban, pues sólo se valoraba al hombre por lo que podía tomar. El valor se sustituyó por el precio y dejó el individuo de importar por su posición o por su prestación, dejó de ser relevante su cuantía o su pobreza, se ignoró su futuro y su pasado, y sólo existió para todos el presente y el tomar. Ya no valían los hombres por ser hombres, sino por lo que podían tomar.

Entre todos ellos, Horacio era el único que se detenía con pavor frente a un enorme portal de piedra. Se acercó sigilosamente al símbolo dibujado con sangre en la pared. Lo observó curioso mientras lentamente alzaba su mano para alcanzarlo. Quería tocarlo para saber si vida caliente aún escurría por esas líneas capilares. Su mano se estiraba como en el espejo de piedra, pero sin todavía la actitud amenazante y decidida. Tímidamente su dedo se extendía al final de su brazo delgado y fibroso. Y apenas su uña tocó la piedra fría y rugosa, ésta crujió como las entrañas de la tierra y la muralla se derrumbó ante sus ojos. La polvareda ocultó unos instantes la catástrofe. Pero cuando se despejó, Horacio vio que una nueva libertad se revelaba ante él detrás de ese símbolo oculto.

20110321

El espejo de piedra

Horacio avanzó pausadamente entre la gente. Muchos ignoraban completamente los objetos que los rodeaban a fuerza de verlos todos los días. Horacio sin embargo se maravillaba en cada rincón, pues era ésta la primera visita que realizaba a estos jardines. Seguía por los senderos trazados por pies vigorosos, a través de las flores, los árboles y los cisnes. Muchos jóvenes declaraban su amor a los verdes prados y a la suave brisa que mecía los enormes álamos. Horacio observaba todo esto con profunda calma. Su corazón respiraba tranquilidad y paz al ver los armoniosos edificios rodeados de verdor. Por eso Horacio no necesitaba descansar estando en estas tierras. Por el contrario, aceleraba su paso en cada esquina para poder regocijarse con el mundo de secretos que se abría ante sus ojos. Cuando finalmente se detuvo, observó con detenimiento y curiosidad lo que tenía en frente. Grande fue sorpresa al acercarse y reconocerse a sí mismo en el espejo de piedra.

El espejo lo mostraba en la plenitud de su vida, decidido y arrogante. Horacio se veía a sí mismo amenazante e intrépido. Sus músculos bien formados y tensos contrastaban con su flácida carne de observador. Veía Horacio cómo toda su energía desbordaba las venas gruesas y marcadas, prontas a explotar bajo los fibrosos brazos. Su pecho, desnudo bajo la blanca túnica, se ofrecía desafiante a sus enemigos. Porque el Horacio del espejo era un verdadero valiente. Sentado sobre un trono sencillo de granito, Horacio confirmaba con su propio cuerpo eterno lo trascendente de su ser. Horacio era, o es, dentro del espejo de piedra que observaba. Horacio se vio a sí mismo existiendo por propio derecho. Existiendo no más como un instrumento de su capricho, sino como su capricho en persona. Horacio existe en el espejo no como una imagen vana que se pierde en las tinieblas de la noche. Horacio, por el contrario, existe en la piedra como las tablas de la nueva ley. El hombre del espejo no es ya un fútil reflejo de la verdad. El hombre del espejo es en sí una verdad.

Horacio vio a Horacio cuando estaba a punto de levantarse. Horacio se reveló a Horacio arrogante y decidido. La mirada de Horacio se llenó de resolución y fortaleza en el instante eterno del espejo de piedra. Con su dedo índice extendido, su largo brazo indica el ahora, el presente inmediato, en el que Horacio alza su mirada amenazante a la realidad. Horacio amenaza a todo lo aceptado. Horacio consigue mover los cimientos de Horacio que lo observa aún con incredulidad.

Es Horacio el objeto de su propia observación. Como tal, es también Horacio su propio armamento.

Esto vio Horacio y avanzó.

Pero cuando se alejaba, vio Horacio también a quienes rodeaban la estatua. Los vio reunidos sobre el pasto húmedo, riendo y hablando sobre el porvenir. Horacio veía a los niños junto a Horacio y los escuchaba pensar en quimeras, en vaporosas ensoñaciones, en irreverentes vanidades.

20110314

Pausa dominical

Aviso de Utilidad Pública.


Las oficinas de cheun rume /nirgendwo /nwl, se encuentran cerradas por reparaciones. Se pronosticaba un cierre temporal de algunas semanas, sin embargo, por razones ajenas a esta administración y de exclusiva responsabilidad de los innecesarios sistemas sociales jerarquizados que imponen los gobiernos y otras coaliciones de poder, los arreglos se han tardado más de la cuenta. Principalmente, hay un problema con el sistema de alcantarillado de la planta que no permite el normal flujo de los deshechos.

Por este motivo y hasta nuevo aviso, las oficinas que usted puede ver tan bonitas frente a sus ojos, se mantendrán impedidas de atender público hasta que terminen los trabajos.

Agradecemos su paciencia y comprensión.

No dude en mantenerse informado por los medios regulares para estar al tanto de las últimas novedades de las instalaciones.

Podemos adelantar que Horacio, el no existente, bajará pronto de las estrellas para ungirnos a todos con los óleos sagrados de la libertad es su nombre y en el de nadie más.


Atentamente,

un transeúnte.

20110205

Consuelo.

Consuelo era una chica de hermosa y amplia sonrisa. Con un busto deslumbrante, no se veían retazos de timidez en su pronunciado escote. Consuelo era una ninfa llena de alegría, de sensualidad y de locuras. Consuelo tenía unas mallas ajustadas que usaba para salir en las noches. Bailaba con sus amigos, se emborrachaba con sus amigas, disfrutaba cada instante con profunda inconsciencia. Consuelo, entonces, no sabía cuál era su nombre. ¡Quizás quién lo supiera!

Ella caminaba por las noches en el Prostíbulo de la República sin conocer su verdadero nombre. Lloraba sola, ahogando su propia vida y ninguno de nosotros podía dormir hasta ver remediados sus sollozos.

Felizmente, Consuelo un día se dio cuenta que en realidad su voz era la de la música. Y entonces Consuelo reconoció su verdadero ser. Consuelo no era consuelo sino Música y música era su consuelo.

20110130

Pensamientos sueltos

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Cuidado con lo que dices, Camila. La vida puede darte la espalda en cualquier momento. Si bien tú piensas que Zapata no hizo una revolución, lo cierto es que los mexicanos están hasta hoy con el tema metido en la cabeza. Mucha gente piensa como resultado de lo q le dijeron sus padres que pensara. Ahí tienes el caso emblemático de Francisco. Un tipo bonachón pero que, sin embargo, es más tonto que una puerta. Es amigo de las flores también. Un día estaba sentado al sol, y se puso a oler las flores del jardín. No sé si te acuerdas de ese patio. Era uno grande, con una palmera al medio, donde jugábamos a la escondida cuando cabros. Había que contar hasta 100 creo. En una escalerita de ladrillos q había. Yo me tiraba por debajo de un pino para esconderme. Tenía todo un camino pensado y estudiado para salvarme sin q me vieran. Después nos cortaron la mitad de las plantas y no pudimos jugar más. De hecho, cerraron el jardín. Bonitos días, relativamente. Ahora en cambio estoy acá, en un departamentito. Chiquitito. Viviendo sólo por un mes.

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Siguiendo con los cuentos. Uno de los profesores que yo tenía en el colegio, le gustaba coleccionar moscas. Las ponía en un insectario y las clasificaba. Una vez cazó a una compañera, que le gustaba hacerse la mosquita muerta. Tenía lindas piernas ella. Pero no creo quel profe la haya cazado por ello. Yo la habría cazado encantado, pero no. No acostumbro a cazar gente yo. Principalmente porque sé que se me van a escapar. Le tengo miedo al fracaso y a la no aceptación quello conlleva. Fíjate que así funciona el mundo. Si uno fracasa, alguien está por ahí para reírse de ti. De chico se rieron harto de mí. Creo. Al menos en mi mente, la gente se reía de mí. Es posible quen la realidad no. Eso me pasaba con otros compañeros, que atacaban mi confianza.

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Esa separación entre el bien y el mal, como una verdad absoluta, abstracta, matemática, no es más que la herencia venenosa que nos ha dejado la iglesia. Esa forma de pensar, donde existe la virtud y el vicio por definición, sólo lleva a enfrentamientos, a rencillas, a discusiones y abusos. La abstracción que hace la iglesia sobre la realidad, puede ser un ejercicio teórico interesante. Puede ser que le haya dado dos mil años de poder. Sin embargo, esta estructura bipolar, contribuye como principal factor a la intolerancia, a la discriminación y al desprecio.

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Ni que fuere lo que fuere, no es porque sí sino porque no. Si fuere lo que no fuere, o existiere lo que no viviere, entonces sería porque sí y no lo contrario. Que ser no es sino con estar. Pero estar sin ser, no es más que novafala y duplipensamento.

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Conlleva una gran responsabilidad caminar por las calles sin veredas y no pensar más quen el sol que se va a esconder. No es simplemente recorrer un pueblo distinto y no es simplemente sumergirse en la evasión algebraica antes de ir a comprar el pan. Caminar por una calle nueva, por un suburbio sin conocer, es medir y comparar. Un ejercicio de instrumentación industrial detallada y calibrada. La métrica asonante y la comparación irrelevante entre donde se es y dónde se está, permite la valoración de lo perdido o despreciado. No se es de un lugar más de lo que se es de la gente de ese lugar. No sólo las botellas viejas y los vinilos conforman la ciudad, sino que la música que los dos guardan en su interior. Y no son muchas ciudades las que uno recorre, sino la misma que uno recuerda en cada distinto lugar.

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Cabe recordar que la noche no es vida sino sueño. Que descansada es la vida de los pocos sabios que del mundo han sido y el sendero de la tierra han escogido. Si llueve fuego del sol en invierno y en verano rayos de agua refrescan el corazón, no es por capricho creador, ni por deseo del pequeño dios. Si la mirada sonriente de la gente y las formas ardientes de las morenas son, no es por axioma o ley bíblica. No es por definición abstracta ni por sermón de cura. Es porque alguien lo observa y lo adopta con cada paso que da con el sudor en la espalda.

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Cuando miro alrededor mío, parece que la gente se divirtiera. Con un simplismo que me abruma, las personas parecen sonreír ante sus actividades diarias. No se cuestionan mayormente el porqué de sus posiciones. No discuten en profundidad lo esencial de sus actos. Plagio.

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La flor de la Compañía suele transitar inocentemente por las cuadras cortas que forma la Diagonal. Su andar es a veces tambaleante, otras raudo y veloz, pero siempre, descuidado y áureo. Acostumbra a dormir por las noches en la entrada de un Pool. Otros datos que pudieran importar al lector están escondidos bajo sus amplias vestimentas y la tintura del pelo.

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El conventillo donde afloran los recuerdos de la infancia infeliz, suele tener las ventanas cerradas para que no se le escape ninguna copucha. Entre las más destacadas falsedades con antecedente verídico emanadas desde sus paredes, se encuentra la relación ficticia entre el alcalde de Rere con la esposa del fiscal de Talca. La acabada investigación periodística ha logrado comprobar que sólo fueron cinco minutos de intercambio de palabras y ningún besito si quiera.

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Leonidas era un rey bastante particular pues vivía encerrado en la torre 3, del ala oeste de su castillo. Decía que ahí no le llegaba el sol y que podía tocar su saxofón mientras la gatita que tenía por esposa jugaba a la tigresa.

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20110129

Carta a un extraño que se va

Amigo, hermano:

¿Así que tú también te vas?

No son pocos los que nos dejan una y otra vez. Como ágiles arpías se levantan un día en su maligna intención y avanzan en tres pasos lejos de aquí. ¿Eres tú de aquellos también?

Yo les hablo a ellos, hermano. Pero sus oídos no se abren a las verdaderas razones de la ruptura. Nuestra conversación es un monólogo de loco que blasfema en la mitad del mercado. Al alero del arlequín y del equilibrista, ahí está el loco vociferando, blanco de toda la risa del pueblo en los balcones. Cuando el equilibrista se desploma junto a él, desde lo alto de la cuerda ques el hombre, el loco se convierte en el pastor, en el sepulturero, en el sacerdote que entrega la eterna absolución.

Pero, ¿quiere este loco jugar tan ingrato papel?

No, hermano. Como el ave de la mañana, como la portadora de la felicidad del nuevo comienzo, quiere este loco no otra cosa que anunciar el coraje del rocío. La promesa de vida en las aguas de marzo. No la muerte, hermano, no. No el ocaso de nuestra grandeza. No hermano, no esta lágrima amarga que le ahoga el canto. Hermano, este loco quiere aún creer un poco más. Antes que las fuerzas lo abandonen y, de tanto razonar, se abandone también a sí mismo en la sinrazón.

Pero, ¿cómo hacerlo? ¿Cómo exigir la libertad? ¿Cómo imponer el deseo del criollo en el alma de un esclavo? La contradicción del discurso invalida la noble intención.

Hermano, llega un momento en que las palabras ya no bastan. En que la comunicación pierde su fuerza. Porque gritando a todo pulmón en la plaza, no se obtienen más que piadosas limosnas. La impersonalidad de nuestros lazos, hermano, nos hacen extraños que se abrazan en el vacío cada día. Extranjeros en nuestra propia tierra, criminales de verano incapaces de llorar a su propia madre. En eso nos convertimos lentamente, hermano, amigo que te vas. Nos despreciamos mutuamente y con ello dejamos de hablar. De escribirnos. De enviarnos postales. Fotografías. ¿Qué dice más que una imagen de un raro día soleado en octubre?

¡Amigo! Cuánto vacío invade el pecho cada vez que discutimos sobre el valor. ¿Cuánto vale un hombre? En verdad te digo, no nos juzgarán ni por cuánto tenemos, ni por cuánto nos falte. No por nuestro esfuerzo, ni por la objetividad de nuestras pertenencias. Hermano, hoy nos juzgarán por nuestra capacidad. Porque ya no vales por cuánto tienes o por cuánto crees, sino por cuánto compras. Y en esta lógica perversa nos abandonas al abandonarte a ti mismo en la vorágine del bienestar.

Compañero que te extrañas, amén de tu traición desconocida, pierden estas palabras ya su sentido. El mensaje también se diluye en el caos, como lo hicieron antes el hablante y el lector. Como quien predica en el desierto tras treinta años de silencio, este mensaje se pierde en la impersonalidad de la comunicación. Son palabras vacías ante la fuerza de la realidad.

¡A ti a quien no conozco te hablo! Escucha estas palabras aun cuando no sepas quién eres. O dónde vives. Porque este mensaje olvidado por los libros, tiene la fortaleza de la verdad:

Mientras caminaba por el prostíbulo del país, la primera mañana del año, un mendigo se me apareció en la costanera. De todo hay en la Viña del señor, y con mayor decadencia se presentan junto al Mar. Sus manos ensangrentadas y su cuerpo sucio y mal tratado hicieron apartar mi mirada. El cansancio de una larga noche despierto en la inconsciencia común, el sol del primer medio día que quemaba, las hordas de Baco derrotadas en los prados y en la arena, la resaca de los fuegos de artificio y la egoísta frustración no me dejaron comprender. ¡Juro que no supe comprender!

Su cuerpo hinchado en cada articulación, inflado bajo las gruesas capas de harapos, respiraba con dificultad entre el hedor de su sudor graso. Sus pies estaban destrozados y ensangrentados, porque, mientras me esforzaba por olvidar quién realmente soy, mientras me entregaba a la destreza de un chofer ebrio de negación, incapaz de aceptarse a sí mismo como un ser independiente de la Santa Inquisición, mientras mi ser se rebelaba al no comprender ni compartir el ritual, el Sabio era brutalmente apaleado por quienes, como yo, buscaban la pertenencia a la orgía sin fin.

Desde la madrugada y hasta las cuatro de la tarde agonizó el Santo bajo el calor del verano en aquel lugar. Ignorado por todos nosotros, absortos en nuestros problemas infantiles. Agonizó sin que nadie observara el hilo de sangre y baba que corría por sus ropas. Sin que nadie escuchara sus quejidos cada vez más exiguos. Frente a nuestros ojos murió el Sabio, a manos de la misma muchedumbre que en un siglo de luces decidió abandonar. Murió ignorado por la misma multitud que su virtud hizo abandonar por sucia e indigna.

¡Frente a mis narices agonizó un Justo!

Amigo que te vas, no te arrepientas tú también de no dar agua a quien la necesita.

20110115

20110109

El río Biobío.

Gritábamos a pleno pulmón todos nosotros en los primeros años de la década, cuando de la mano nos llevaban a caminar por el barrio. Ese barrio luminoso, de ascendencia inglesa, en el que se enclavaba nuestro Kínder C. Todos de la mano, una fila de niños y otra fila de niñas. O quizás mezclados. Todos con un delantal a cuadritos, azules o verdes los niños, rosados y amarillos las compañeritas, todos sin excepción caminábamos bajo el sol alegres, respirando la libertad propia desos años. Testigos inconscientes de la tranquilidad que finalmente venía a invadir las calles del país. ¡De la República! Incluso en las veredas de ese barrio tradicional, entre el Country Club Concepción y el Colegio Inglés St. John's School. Entre Sanders y la Avenida Inglesa: la Avenida Sanhuesa.

El olor tenue de los árboles que en septiembre se cargaban de vida. Unas flores rosadas como la nieve sobre las aceras. Había un perro grande, que cuidaba que todos nos fuéramos para la casa a las 14.10hr. Un pastor alemán imponente que se pasaba las tardes como esfinge sobre el techo de un garage. Nunca lo oímos ladrar. Ni cuando saltábamos la muralla para rescatar la pelota que habíamos pateado lejos. Nunca, ni cuando se apagó su mirada atenta y protectora, ladró una sola vez al desfile de sonrisas que pasaban por su puerta todos los días. Ni a los dos Joaquines, ni a los dos Matías. Ni a los gemelos, iguales desde el dedo gordo hasta la punta del pelo para cualquier adulto, pero tan distintos para nosotros. Jamás le ladró ni a la Alessandra, ni a la Flory, ni a la Carola o la Jesús. Ni al Goyo con el Piero que no se quedaban quietos ni un momento. Mas bien parecía reírse en su solemnidad: ¡Cómo nos estrangulaba el corbatín! Ése que nos forzaban a usar para prepararnos para ser grandes, pero que terminaba invariablemente adornando la clavícula en vez del cogote.

Se veían alegres las caras de las señoras que nos miraban pasar en filita india. Señoras que quizás contaban a algún nieto entre los compañeros. Íbamos al Country, ¿a conocer las plantas? ¿a conocer los bichos que se metían bajo las piedras? ¿Nos íbamos a encaramar en un cerro? ¿O íbamos simplemente a cantar? Alguna canción en inglés que nos enseñaban para continuar la tradición. Little Peter Rabbit had a fly upon his ear. O la que nos enseñaron en mayo del 90:

Silencio, chilenos,
el Huáscar ya se acerca.
¡Viva Chile!
¡El Combate va a empezar!

Y nosotros cantábamos y nos reíamos. Qué importaba la libertad de los adultos en aquellos años si nosotros ya la habíamos conquistado hacía tanto tiempo. Molestábamos a las compañeritas con cualquier cosa. Nos reíamos cuando algún compañero más avispado nos explicaba el significado de la palabra "pichula". Nos escondíamos atrás de unos arbustos en el Patio de la Palmera, jurando de guata que nadie nos encontraría, y compartíamos secretos que sólo para nosotros eran verdaderos. Secretos tan ocultos que nunca jamás un adulto entendería. Mientras la Betania, la Daniela, la Cristina o la Ximena compartían vaya uno a saber qué cosa. Unas flores que se habían caído. Unas hojas que iban a secar dentro de algún libro grueso. De esos que todavía no podíamos leer, que eran para los grandes. El Joaquín con el Christopher corrían por todo el patio. La Camila le mostraba un descubrimiento a la miss. El Sebastián y el Jaime hablaban de los caballos. "Son grandes los caballos, en el campo hay un montón. Yo ya sé montar." Decía el primero con evidente orgullo. Mientras Fabián, Panchito y Andrés miraban con afán científico una caravana de hormigas trabajadoras. Todos únicos en ese momento. Todos condicionados por el hermoso jardín de Avenida Pedro de Valdivia, a unos metros del Agua de las Niñas. Herederos de historias de esfuerzo y lucha que forjaron una realidad única, jamás intercambiable, jamás homologable.

¡Que hermosos tiempos aquellos! Cuando todos en nuestra inocencia, sin tapujos, sin miedos, podíamos gritar a lo largo de un hilito de agua que se perdía en un desagüe:

El Río, el Río
¡El Río Biobío!