(cheun rume)

 

20110419

Paréntesis Laboral

190420111805

Cuando se escribe, se pierde el miedo a la decisión. Escribir es un campo abierto, libre de obstáculos para una mente insegura. Escribir permite darle coherencia y relación a ideas sueltas, que bombardean la cabeza, pero que no se completan, no toman forma de idea, sino hasta estar sobre el papel. Porque es distinto, muy distinto, escribir en papel quen una pantalla.
Escribir no es sólo una función vital en el proceso de pensamiento. Es más que el proceso en sí. Escribir es un fin que justifica al ser. Escribir, cualquier cosa, la temática es circunstancial y casi anecdótica, es la llave, ¡la puerta entera!, hacia el inividuo. Sólo al escribir se logran conjugar en armonía los sentidos con el fuero más profundo. La escritura es la fuerza que dicta el balance entre ambos mundos, entre los dos espacios en los cuales se define el individuo. El mero hecho de escribir.
Leer, por el contrario, es la mayor ignominia. Exponer desnudo y sin reservas a un indefenso escritor. Someterlo al escarnio público sin miramientos ni segundas oportunidades. Leer es atacar al ser puro, al poeta de lo divino o lo profano, de la tierra o de la noche, al ser que se expresó en perfecta comunión de su ser.
¿Y ser leído? La mayor vergüenza sin duda. Ser leído es una muerte lenta en los ojos llenos de deleite del verdugo ilustrado. Ser leído es el cielo que se desploma sobre los hombros, la sangre que se sube a las mejillas, la voz tartamuda y las manos sudorosas. Ser leído es la burla grotesca y cruel.
¿Pero cómo se escribe sino leyendo? ¿Para quién se escribe sino para un lector? Escribir implica la humillación de descubrirse. Mostrar las cartas sobre el paño verde. Escribir es ser leído. Y todo quien quiera escribir se deberá someter al más duro juicio y a la peor de las condenas. Sólo un mártir, por tonto o por convicción, puede darse el supremo placer de ser libre en una hoja de papel. Sólo un santo, un estilita, puede escribir. Pues sólo un verdadero seguidor de Zarathustra puede soportar el cilicio en calmada penitencia.
Por ello, yo no escribo. Garabateo hasta, quizás alguna vez, lograr superar esta vergüenza que tú, encapuchado lector, me haces sentir.

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