(cheun rume)

 

20110130

Pensamientos sueltos

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Cuidado con lo que dices, Camila. La vida puede darte la espalda en cualquier momento. Si bien tú piensas que Zapata no hizo una revolución, lo cierto es que los mexicanos están hasta hoy con el tema metido en la cabeza. Mucha gente piensa como resultado de lo q le dijeron sus padres que pensara. Ahí tienes el caso emblemático de Francisco. Un tipo bonachón pero que, sin embargo, es más tonto que una puerta. Es amigo de las flores también. Un día estaba sentado al sol, y se puso a oler las flores del jardín. No sé si te acuerdas de ese patio. Era uno grande, con una palmera al medio, donde jugábamos a la escondida cuando cabros. Había que contar hasta 100 creo. En una escalerita de ladrillos q había. Yo me tiraba por debajo de un pino para esconderme. Tenía todo un camino pensado y estudiado para salvarme sin q me vieran. Después nos cortaron la mitad de las plantas y no pudimos jugar más. De hecho, cerraron el jardín. Bonitos días, relativamente. Ahora en cambio estoy acá, en un departamentito. Chiquitito. Viviendo sólo por un mes.

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Siguiendo con los cuentos. Uno de los profesores que yo tenía en el colegio, le gustaba coleccionar moscas. Las ponía en un insectario y las clasificaba. Una vez cazó a una compañera, que le gustaba hacerse la mosquita muerta. Tenía lindas piernas ella. Pero no creo quel profe la haya cazado por ello. Yo la habría cazado encantado, pero no. No acostumbro a cazar gente yo. Principalmente porque sé que se me van a escapar. Le tengo miedo al fracaso y a la no aceptación quello conlleva. Fíjate que así funciona el mundo. Si uno fracasa, alguien está por ahí para reírse de ti. De chico se rieron harto de mí. Creo. Al menos en mi mente, la gente se reía de mí. Es posible quen la realidad no. Eso me pasaba con otros compañeros, que atacaban mi confianza.

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Esa separación entre el bien y el mal, como una verdad absoluta, abstracta, matemática, no es más que la herencia venenosa que nos ha dejado la iglesia. Esa forma de pensar, donde existe la virtud y el vicio por definición, sólo lleva a enfrentamientos, a rencillas, a discusiones y abusos. La abstracción que hace la iglesia sobre la realidad, puede ser un ejercicio teórico interesante. Puede ser que le haya dado dos mil años de poder. Sin embargo, esta estructura bipolar, contribuye como principal factor a la intolerancia, a la discriminación y al desprecio.

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Ni que fuere lo que fuere, no es porque sí sino porque no. Si fuere lo que no fuere, o existiere lo que no viviere, entonces sería porque sí y no lo contrario. Que ser no es sino con estar. Pero estar sin ser, no es más que novafala y duplipensamento.

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Conlleva una gran responsabilidad caminar por las calles sin veredas y no pensar más quen el sol que se va a esconder. No es simplemente recorrer un pueblo distinto y no es simplemente sumergirse en la evasión algebraica antes de ir a comprar el pan. Caminar por una calle nueva, por un suburbio sin conocer, es medir y comparar. Un ejercicio de instrumentación industrial detallada y calibrada. La métrica asonante y la comparación irrelevante entre donde se es y dónde se está, permite la valoración de lo perdido o despreciado. No se es de un lugar más de lo que se es de la gente de ese lugar. No sólo las botellas viejas y los vinilos conforman la ciudad, sino que la música que los dos guardan en su interior. Y no son muchas ciudades las que uno recorre, sino la misma que uno recuerda en cada distinto lugar.

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Cabe recordar que la noche no es vida sino sueño. Que descansada es la vida de los pocos sabios que del mundo han sido y el sendero de la tierra han escogido. Si llueve fuego del sol en invierno y en verano rayos de agua refrescan el corazón, no es por capricho creador, ni por deseo del pequeño dios. Si la mirada sonriente de la gente y las formas ardientes de las morenas son, no es por axioma o ley bíblica. No es por definición abstracta ni por sermón de cura. Es porque alguien lo observa y lo adopta con cada paso que da con el sudor en la espalda.

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Cuando miro alrededor mío, parece que la gente se divirtiera. Con un simplismo que me abruma, las personas parecen sonreír ante sus actividades diarias. No se cuestionan mayormente el porqué de sus posiciones. No discuten en profundidad lo esencial de sus actos. Plagio.

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La flor de la Compañía suele transitar inocentemente por las cuadras cortas que forma la Diagonal. Su andar es a veces tambaleante, otras raudo y veloz, pero siempre, descuidado y áureo. Acostumbra a dormir por las noches en la entrada de un Pool. Otros datos que pudieran importar al lector están escondidos bajo sus amplias vestimentas y la tintura del pelo.

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El conventillo donde afloran los recuerdos de la infancia infeliz, suele tener las ventanas cerradas para que no se le escape ninguna copucha. Entre las más destacadas falsedades con antecedente verídico emanadas desde sus paredes, se encuentra la relación ficticia entre el alcalde de Rere con la esposa del fiscal de Talca. La acabada investigación periodística ha logrado comprobar que sólo fueron cinco minutos de intercambio de palabras y ningún besito si quiera.

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Leonidas era un rey bastante particular pues vivía encerrado en la torre 3, del ala oeste de su castillo. Decía que ahí no le llegaba el sol y que podía tocar su saxofón mientras la gatita que tenía por esposa jugaba a la tigresa.

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20110129

Carta a un extraño que se va

Amigo, hermano:

¿Así que tú también te vas?

No son pocos los que nos dejan una y otra vez. Como ágiles arpías se levantan un día en su maligna intención y avanzan en tres pasos lejos de aquí. ¿Eres tú de aquellos también?

Yo les hablo a ellos, hermano. Pero sus oídos no se abren a las verdaderas razones de la ruptura. Nuestra conversación es un monólogo de loco que blasfema en la mitad del mercado. Al alero del arlequín y del equilibrista, ahí está el loco vociferando, blanco de toda la risa del pueblo en los balcones. Cuando el equilibrista se desploma junto a él, desde lo alto de la cuerda ques el hombre, el loco se convierte en el pastor, en el sepulturero, en el sacerdote que entrega la eterna absolución.

Pero, ¿quiere este loco jugar tan ingrato papel?

No, hermano. Como el ave de la mañana, como la portadora de la felicidad del nuevo comienzo, quiere este loco no otra cosa que anunciar el coraje del rocío. La promesa de vida en las aguas de marzo. No la muerte, hermano, no. No el ocaso de nuestra grandeza. No hermano, no esta lágrima amarga que le ahoga el canto. Hermano, este loco quiere aún creer un poco más. Antes que las fuerzas lo abandonen y, de tanto razonar, se abandone también a sí mismo en la sinrazón.

Pero, ¿cómo hacerlo? ¿Cómo exigir la libertad? ¿Cómo imponer el deseo del criollo en el alma de un esclavo? La contradicción del discurso invalida la noble intención.

Hermano, llega un momento en que las palabras ya no bastan. En que la comunicación pierde su fuerza. Porque gritando a todo pulmón en la plaza, no se obtienen más que piadosas limosnas. La impersonalidad de nuestros lazos, hermano, nos hacen extraños que se abrazan en el vacío cada día. Extranjeros en nuestra propia tierra, criminales de verano incapaces de llorar a su propia madre. En eso nos convertimos lentamente, hermano, amigo que te vas. Nos despreciamos mutuamente y con ello dejamos de hablar. De escribirnos. De enviarnos postales. Fotografías. ¿Qué dice más que una imagen de un raro día soleado en octubre?

¡Amigo! Cuánto vacío invade el pecho cada vez que discutimos sobre el valor. ¿Cuánto vale un hombre? En verdad te digo, no nos juzgarán ni por cuánto tenemos, ni por cuánto nos falte. No por nuestro esfuerzo, ni por la objetividad de nuestras pertenencias. Hermano, hoy nos juzgarán por nuestra capacidad. Porque ya no vales por cuánto tienes o por cuánto crees, sino por cuánto compras. Y en esta lógica perversa nos abandonas al abandonarte a ti mismo en la vorágine del bienestar.

Compañero que te extrañas, amén de tu traición desconocida, pierden estas palabras ya su sentido. El mensaje también se diluye en el caos, como lo hicieron antes el hablante y el lector. Como quien predica en el desierto tras treinta años de silencio, este mensaje se pierde en la impersonalidad de la comunicación. Son palabras vacías ante la fuerza de la realidad.

¡A ti a quien no conozco te hablo! Escucha estas palabras aun cuando no sepas quién eres. O dónde vives. Porque este mensaje olvidado por los libros, tiene la fortaleza de la verdad:

Mientras caminaba por el prostíbulo del país, la primera mañana del año, un mendigo se me apareció en la costanera. De todo hay en la Viña del señor, y con mayor decadencia se presentan junto al Mar. Sus manos ensangrentadas y su cuerpo sucio y mal tratado hicieron apartar mi mirada. El cansancio de una larga noche despierto en la inconsciencia común, el sol del primer medio día que quemaba, las hordas de Baco derrotadas en los prados y en la arena, la resaca de los fuegos de artificio y la egoísta frustración no me dejaron comprender. ¡Juro que no supe comprender!

Su cuerpo hinchado en cada articulación, inflado bajo las gruesas capas de harapos, respiraba con dificultad entre el hedor de su sudor graso. Sus pies estaban destrozados y ensangrentados, porque, mientras me esforzaba por olvidar quién realmente soy, mientras me entregaba a la destreza de un chofer ebrio de negación, incapaz de aceptarse a sí mismo como un ser independiente de la Santa Inquisición, mientras mi ser se rebelaba al no comprender ni compartir el ritual, el Sabio era brutalmente apaleado por quienes, como yo, buscaban la pertenencia a la orgía sin fin.

Desde la madrugada y hasta las cuatro de la tarde agonizó el Santo bajo el calor del verano en aquel lugar. Ignorado por todos nosotros, absortos en nuestros problemas infantiles. Agonizó sin que nadie observara el hilo de sangre y baba que corría por sus ropas. Sin que nadie escuchara sus quejidos cada vez más exiguos. Frente a nuestros ojos murió el Sabio, a manos de la misma muchedumbre que en un siglo de luces decidió abandonar. Murió ignorado por la misma multitud que su virtud hizo abandonar por sucia e indigna.

¡Frente a mis narices agonizó un Justo!

Amigo que te vas, no te arrepientas tú también de no dar agua a quien la necesita.

20110115

20110109

El río Biobío.

Gritábamos a pleno pulmón todos nosotros en los primeros años de la década, cuando de la mano nos llevaban a caminar por el barrio. Ese barrio luminoso, de ascendencia inglesa, en el que se enclavaba nuestro Kínder C. Todos de la mano, una fila de niños y otra fila de niñas. O quizás mezclados. Todos con un delantal a cuadritos, azules o verdes los niños, rosados y amarillos las compañeritas, todos sin excepción caminábamos bajo el sol alegres, respirando la libertad propia desos años. Testigos inconscientes de la tranquilidad que finalmente venía a invadir las calles del país. ¡De la República! Incluso en las veredas de ese barrio tradicional, entre el Country Club Concepción y el Colegio Inglés St. John's School. Entre Sanders y la Avenida Inglesa: la Avenida Sanhuesa.

El olor tenue de los árboles que en septiembre se cargaban de vida. Unas flores rosadas como la nieve sobre las aceras. Había un perro grande, que cuidaba que todos nos fuéramos para la casa a las 14.10hr. Un pastor alemán imponente que se pasaba las tardes como esfinge sobre el techo de un garage. Nunca lo oímos ladrar. Ni cuando saltábamos la muralla para rescatar la pelota que habíamos pateado lejos. Nunca, ni cuando se apagó su mirada atenta y protectora, ladró una sola vez al desfile de sonrisas que pasaban por su puerta todos los días. Ni a los dos Joaquines, ni a los dos Matías. Ni a los gemelos, iguales desde el dedo gordo hasta la punta del pelo para cualquier adulto, pero tan distintos para nosotros. Jamás le ladró ni a la Alessandra, ni a la Flory, ni a la Carola o la Jesús. Ni al Goyo con el Piero que no se quedaban quietos ni un momento. Mas bien parecía reírse en su solemnidad: ¡Cómo nos estrangulaba el corbatín! Ése que nos forzaban a usar para prepararnos para ser grandes, pero que terminaba invariablemente adornando la clavícula en vez del cogote.

Se veían alegres las caras de las señoras que nos miraban pasar en filita india. Señoras que quizás contaban a algún nieto entre los compañeros. Íbamos al Country, ¿a conocer las plantas? ¿a conocer los bichos que se metían bajo las piedras? ¿Nos íbamos a encaramar en un cerro? ¿O íbamos simplemente a cantar? Alguna canción en inglés que nos enseñaban para continuar la tradición. Little Peter Rabbit had a fly upon his ear. O la que nos enseñaron en mayo del 90:

Silencio, chilenos,
el Huáscar ya se acerca.
¡Viva Chile!
¡El Combate va a empezar!

Y nosotros cantábamos y nos reíamos. Qué importaba la libertad de los adultos en aquellos años si nosotros ya la habíamos conquistado hacía tanto tiempo. Molestábamos a las compañeritas con cualquier cosa. Nos reíamos cuando algún compañero más avispado nos explicaba el significado de la palabra "pichula". Nos escondíamos atrás de unos arbustos en el Patio de la Palmera, jurando de guata que nadie nos encontraría, y compartíamos secretos que sólo para nosotros eran verdaderos. Secretos tan ocultos que nunca jamás un adulto entendería. Mientras la Betania, la Daniela, la Cristina o la Ximena compartían vaya uno a saber qué cosa. Unas flores que se habían caído. Unas hojas que iban a secar dentro de algún libro grueso. De esos que todavía no podíamos leer, que eran para los grandes. El Joaquín con el Christopher corrían por todo el patio. La Camila le mostraba un descubrimiento a la miss. El Sebastián y el Jaime hablaban de los caballos. "Son grandes los caballos, en el campo hay un montón. Yo ya sé montar." Decía el primero con evidente orgullo. Mientras Fabián, Panchito y Andrés miraban con afán científico una caravana de hormigas trabajadoras. Todos únicos en ese momento. Todos condicionados por el hermoso jardín de Avenida Pedro de Valdivia, a unos metros del Agua de las Niñas. Herederos de historias de esfuerzo y lucha que forjaron una realidad única, jamás intercambiable, jamás homologable.

¡Que hermosos tiempos aquellos! Cuando todos en nuestra inocencia, sin tapujos, sin miedos, podíamos gritar a lo largo de un hilito de agua que se perdía en un desagüe:

El Río, el Río
¡El Río Biobío!