(cheun rume)

 

20101128

Paseo Dominical

Hier ruht Anna Klapp, geboren Neumann.

Hola, ¿cómo están? Hace tiempo que no nos veíamos. Sí, me vine caminando. Está bonito el día. Igual hay un viento helado que engaña. Quizás debí venir con un polerón. Pero en fin, ¿cómo han estado? ¿Sin novedad? Yo tengo un montón de cosas para contarles.

Mira, me regalaron un reloj. No creo que les sirva mucho a ustedes saber la hora. El tiempo, me imagino, deja de ser una variable relevante en su estado. A mí nunca me ha interesado mucho saber a qué velocidad giran las cosas, pero qué sé yo. Supongo que se hace necesario. Como un impuesto social que obliga a conocer con precisión suiza el instante en el que uno vive. Me parece irrelevante saber la hora, siempre va cambiando y lo va dejando a uno atrás. No sé muy bien para qué, pero igual uso el reloj. Son un cuarto para las cinco. O sea me demoré cuarentaicinco minutos en caminar hasta acá. Aproximadamente.

Sí... no me puse zapatos, vine con las chalas. Es que no me gusta andar con zapatos. Me da calor en los pies y con el verano que avanza no es buena idea tener los pies muy acalorados. Además estoy todos los días con zapatos. O zapatillas que parecen zapatos. Pero es lo mismo. De 08.30 a 19.00, todos los días con zapatos. ¡Y con camisa! ¿Se habían imaginado que iba a andar yo con camisa? Si parezco un caballero. La última vez que los vi a cada uno de ustedes, también estuve con camisa. Bien ordenadito, pero no muy peinado. Sin reloj. El tiempo tampoco era importante para los que quedamos acá.

Oye Oma, ¿les contaste a todos cómo nos reímos hace un año cuando nos despedimos? Nos lucimos esa vez. Mi hermana especialmente, que se paró valientemente frente a todos como en un altar y sin que le temblara la voz, se puso a leer disparates sobre cómo avanza el tiempo y nos va dejando sólo historias.

Ahora que venía caminando, por ejemplo, pasé por esa calle que se llenó de bares, frente a la estación. Adelante mío iba un viejo chico tambaleándose. Entonces, el viejo llegó donde unos jóvenes que esperaban micro, y le preguntó dificultosamente a uno “¿Estoy bien o estoy mal?”. No alcancé a escuchar la respuesta, porque al frente había otro viejo, con ropas sucias y rasgadas que, apoyado en la muleta que reemplazaba la pierna que le faltaba, gritaba: “¡Es tu culpa! ¡Es tu culpa!”.

Un poco más adelante, frente al supermercado, había otro viejo tirado en la puerta de una casa vieja de un piso. De ésas que están ahí desde los tiempos en los que habían trenes. Se juntaban todos los viejos de ferrocarriles a tomar en esa cuadra y se escuchaba un partido de fútbol en la radio. Ustedes seguramente recuerdan esos tiempos mejor que yo. Al lado había un marino con su impecable disfraz esperando micro para ir a la Base Naval. Poco y nada le importaba el viejo. A nadie le importa qué pasa con tanto viejo que da vueltas. Es lo que yo les decía, el tiempo deja de ser una variable cuando se llega a cierta edad. Quizás eso hace que sea tan extraño venir a conversar con ustedes. No me entiendan mal, siempre me gustó estar con todos ustedes. Incluso a los que no alcancé a conocer, disfrutaba cada momento en su compañía y nunca lo supe. Por eso nunca comprendí que hayan decidido mudarse hasta acá. Están lejos ya. Y, ¡miren a su alrededor! Aquí también está todo destruido. Ni siquiera ustedes se alcanzaron a salvar.

¿Cómo lo pasaron esa noche? Ya van nueve meses, por estos días deberían empezar a nacer los primeros hijos de la desesperación. Me imagino que están todos amontonados ahí abajo. No creo que alguien haya bajado a ver cómo quedaron. Si incluso se robaron las manillas de la puerta. Está todo bastante olvidado por estos lados. Claro que me imagino que estaba peor. Hace nueve meses también vine, pero no me dejaron entrar. Parece que tenían una especie de fiesta. Una danza macabra medieval. Ahora, si se levantan y andan, hay un montón de muros que se cayeron. También se cayeron los nombres en las piedras. Es lo que he pensado siempre, después de un tiempo hasta los nombres en las piedras se borran y se pierden. ¿Se fijan que mudarse para acá es un acto desesperado contra el tiempo? Mejor sería asumir de una buena vez que, en realidad, nunca más los vamos a ver. Que se desvanecieron, que ya no existen. Para qué seguir con esta hipocresía, cuando todos sabemos que después de un par de meses ni siquiera nos vamos a acordar de lo que hemos vivido.

Mira Oma, tu nombre ni siquiera está escrito sobre esta piedra. Nadie más se ha acordado. Hemos estado tan apurados con el hoy, que no hemos podido hacer una pausa por ti. Están tu esposo, tu suegro y suegra, tu cuñada, su esposo, su suegro, su suegra, un sobrino de todos. E incluso está la señora Anna ahí arriba, la dueña original deste hoyo olvidado, con 20 años más edad que mi bisabuelo. Pero tu nombre no está. Y no está porque se nos arrebató el pasado de golpe una vez más. Así como los muros de esos mausoleos se derrumbaron dejando en libertad los espíritus del purgatorio, así mismo se derrumbaron nuestros días.

Después de ver a los viejos borrachos con tanta sociabilidad, seguí caminando por el larguísimo paso sobre nivel que cruza la línea férrea. Iba subiendo con dificultad. Y además me daba un poco de susto en realidad. Las micros pasaban zumbando mis oídos a medio metro y la calzada es estrecha. Además ya no tiene barrera en muchas partes. También se cayó. O la chocaron, vaya uno a saber.

Una hermosa chica en bicicleta me adelantó. Iba calmada, pedaleando con relajo y con unas ramitas de laurel en el bolso. Siguió feliz de la vida en su bici aún cuando una micro pasó a 20 centímetros della. Se veía más linda en la medida que avanzaba hacia el imponente cerro lleno de lengas y araucarias. Yo miraba el cerro y pensaba que tenía que cruzarlo todavía. A mi derecha estaba muy abajo la línea de tren y los escombros del paso sobre nivel antiguo. Por la línea iba otro viejo sucio caminando. Creo que iba fumando siguiendo esos dinteles que hace años ya no llevan a ninguna parte. Esta llena de viejos esta ciudad y nadie los escucha o se preocupa.

Después, al comenzar a bajar, me encontré con todas esas marmolerías que hay al lado de los puestos de flores. Desesperadamente tratan de escribir en piedra el pasado para que no se olvide y lo adornan con flores para hacerlo más atractivo. Pero a estas alturas las flores tienen olor a muerto y las piedras se caen y rompen con cada réplica. Ahora aquí en Cardenio Avello con Yugoeslavia, estoy hablando solo como un loco. Con ustedes que ya no viven entre nosotros. Que por esta hipócrita obstinación de los hombres, condenamos a morir dos veces. Primero en la carne y ahora en el demasiado lento olvido. Ustedes que nos dejaron un día de una forma que yo nunca lograré entender. Ustedes que hicieron tantas cosas y que de pronto dejaron de hablar, se cansaron y decidieron mudarse acá atrás del Chepe.

Estoy tentado a acostarme sobre la lápida, como una lagartija al sol, y esperar que se me quite este mareo. Me duele la guata y estoy un poco acalorado. De repente me quede aquí esta noche acompañándolos. O eventualmente, me mude también a este patio inútil. Aquí donde condenamos a nuestros muertos al ostracismo para seguir nuestras frágiles vidas sin sentido. Como buen penquista, seré inexplicablemente olvidado en una piedra detrás del Chepe.

20101123

Horacio (canción)

Lees la risa entre sus dientes
vives solo en esta mente
cumples con toda la paciente
espera indiferente.

Horacio señalas con tu dedo
el justo comienzo deste fuego
Es aquí y en este momento
el sacrificio de Prometeo.

El tiempo avanza
la urgencia cansa
y la noche vive descalza

no tienen más que heridas nuestras flores.

Horacio, la ciudad yerma
ya te espera.
Horacio eres la puerta
a nuestra tierra
Horacio eres la fuerza
desta histeria.