(cheun rume)

 

20090427

Pregunta

Siendo una ciudad universitaria, Concepción lleva noventa años a la vanguardia de investigación y docencia en Chile. La creación de la Universidad de Concepción surgió como respuesta directa a la necesidad de la sociedad penquista de oponerse a la poderosa influencia que, desde Santiago, se hacía sentir en todos los ámbitos del quehacer ciudadano. La creación de la Universidad fue un manifiesto atrevimiento en contra del centralismo y a favor de la regionalización del país. ¡Y cómo no! Si la Universidad de Concepción fue la primera casa de estudios del país que surge como una necesidad de la comunidad, fuera de la capital, como un ente privado enfocado hacia su entorno y que no busca depender de la buena voluntad del Estado hacia los habitantes de una lejana provincia, sino que de las necesidades e intereses intelectuales de sus propios vecinos. La creación de la Universidad fue un acto de rebeldía casi poética en contra de un sistema que se ha empecinado en minimizar el aporte de nuestra ciudad a la realidad chilena, por ya casi 200 años.
Sin embargo, este espíritu pujante y autónomo de antaño, emprendedor e innovador diríamos hoy, parece haberse extraviado en alguna parte del camino hasta el presente. Si bien han proliferado nuevas universidades, nuevos centros técnicos, nuevas industrias, nuevos mercados y nuevos servicios, muchos de los cuales se jactan de su infinita capacidad emprendedora, la sociedad penquista parece sentirse cómoda en la pasividad que implica no tener poder de decisión sobre su futuro. Nuestras autoridades cumplen la misma función que una antena repetidora: el gobernador implementando lo que dice el intendente que, a su vez, procede de acuerdo a lo que le diga la presidente. Un caso emblemático corresponde al Biotrén. Para satisfacer un capricho de la campaña presidencial, sin consultar siquiera a los actores locales involucrados, se plantea un proyecto inviable económicamente, que representa una pérdida de patrimonio para la región y cuyo beneficio real a los ciudadanos está en entre dicho, pues la realidad ha impedido completar su trazado hasta Lota y Coronel o ceñirse a la concepción original del proyecto.
La sociedad penquista se ve a sí misma como de segunda clase. Consideramos que nuestros médicos no son suficientemente capaces de operarnos correctamente. O que ser un profesional joven tiene un mayor “estatus” si se es en Santiago antes que en Concepción. Pensamos que nosotros no podemos emprender proyectos nuevos, que los empresarios y sus productos son mejores si vienen desde Santiago. Caminamos por nuestras calles y, al tropezarnos con alguna baldosa, imaginamos que eso nos pasa por no vivir en la metrópolis. Incluso simpatizamos con los equipos de fútbol santiaguinos antes que con los muchos que tenemos acá. Preferimos llamar a nuestra región no por su nombre, sino por el número que la administración central nos dio. Ignoramos nuestra cultura, desconocemos quién fue Víctor Lamas, Rozas o cualquiera que dé nombre a alguna calle de la ciudad. Ni siquiera recordamos que nuestra plaza de armas se llama Independencia. Nos despreciamos tácitamente y actuamos en concordancia con ello.
No es raro entonces que, por ejemplo, un ingeniero recién egresado, un profesional de excelencia a nivel nacional, en la plenitud de su capacidad emprendedora, prefiera partir a buscar trabajo en Santiago antes que quedarse en Concepción. Claro, existen muchas razones personales muy válidas para ello: pagan más, hay más posibilidades de escalar socialmente, hay empresas de gran importancia, hay desafíos profesionales sumamente atractivos o “hay una vida cultura más rica”. Sin embargo, nadie parece darse cuenta de lo que perdemos al incentivar este comportamiento. Todos los recursos que la región invirtió en esta persona, esperando una retribución real y tangible a la economía local, súbitamente desaparecen. Cada ingeniero que se nos “escapa”, cada inversión con enormes posibilidades de retorno, se convierte en un gasto, en un daño patrimonial, evitable en la gran mayoría de los casos. Un daño que, por lo demás, tiene una doble dimensión. Pues no sólo salen recursos de la región, sino que la actividad que este ingeniero ejerza en Santiago, implica que no se generarán nuevos recursos regionales para nuevas inversiones. Es más, impide que entren nuevos recursos a la región. Surge la pregunta ¿qué hemos hecho los penquistas para propiciar que nuestros ciudadanos prefieran conscientemente realizar un daño antes que evitar hacerlo?

20090422

gol.

De pronto, sin que yo supiera cómo, me llega la pelota. Estaba parado en la entrada del área rival. Por la esquina izquierda del área semicircular. Muy ordenadamente, como señala el manual, detengo el balón con mi pie derecho, la zurda es negada, y con un suave toque la dejo frente a mí. El tiempo se detuvo unos instantes. Observo el balón frente a mí: está exactamente sobre la línea del área. Si tiro, vale el gol. Levanto lentamente la vista, caigo en cuenta que estoy absolutamente solo frente al arquero. Los demás jugadores observan desde lejos. Con el tiempo detenido, lo único que se mueve es mi visión. Siento cómo se hace un silencio a mi alrededor.
En este instante eterno, el arquero avanza hacia mí sin moverse de su sitio. Lo veo saliendo a cortar, agachado, lanzado hacia el balón. Sobre él, un enorme espacio por donde veo el ángulo del arco. ¿Tiro? ¿Fuerte? ¿Despacio? ¿Toco el baló hacia la izquierda para ganarle en velocidad? ¿Engancho hacia la derecha para dejarlo fuera de lugar? Me dolían las rodillas además. Estaba cansado y con mi tobillo izquierdo que apenas me deja pisar. Hace un rato lo había esquivado, pero no me habían dado las piernas para controlar y alcanzar a rematar. Todo esto pasaba por mi mente en este único inmenso instante. Hay que tomar una decisión.
De pronto el reloj comienza a correr a toda velocidad. Se me acabó el tiempo para pensar. Tengo que tirar inmediatamente. Los defensas se me vienen encima, el arquero avanza a pasos agigantados y yo parado, estático, absolutamente detenido. Instintivamente, la pelota sale disparada rápidamente sobre su cabeza. Sube vertiginosamente. Apunté al ángulo más alejado, tiene un camino largo por recorrer. Mi pie la tomó sin mucha fuerza, desde abajo para entregarle suficiente impulso. Delicadamente. Yo ya no tengo nada más que hacer. Fue un instante sublime, donde mi cuerpo se adelantó a mi pensamiento. Donde la urgencia del gol y la belleza del movimiento destruyeron toda la planificación estructurada, para crear una obra de arte.
Cuando la pelota alcanza el punto más alto de su recorrido, inmediatamente por sobre la cabeza del arquero, a poquito más de un metro desde el borde del área, el tiempo nuevamente se detiene. ¿Y si no entra? ¿Y si no le di suficiente impulso? ¿Y si la agarra? En realidad, el tiro es perfecto, fue sorpresivo, instantáneo. No debería preocuparme. Sobrepasó al arquero en nada y sin embargo ahora, cuando ya no tengo control sobre el balón, se vuelve una incógnita. Nuevamente el silencio se apodera de todos.
Los demás jugadores están tan estáticos como yo. Los defensas dejaron de correr. Los únicos movimientos en la cancha son el de la pelota flotando suavemente hacia el arco y el arquero que desesperadamente se da media vuelta para intentar hace algo. Se vio completamente sobrepasado y sorprendido. Sin ninguna posibilidad de reacción. Los ojos de los 10 jugadores están fijos en la pelota que surca el aire. Bajando lentamente.
No hay ninguna posibilidad que el arquero la tome, no la puede alcanzar. La pelota ya le sacó un metro de ventaja mientras se daba la vuelta. Sólo queda esperar que la pelota caiga dentro del arco. Me tranquilizó.
El descenso ya se acentúa. La gravedad implica que la velocidad es mayor en la medida que la pelota se acerque al suelo. Y se está acercando mucho. Demasiado. ¡Debía entrar en el ángulo de arriba! ¿Qué hace bajando tanto? La ansiedad me inclina hacia delante. Mierda no va a entrar. Choca contra el ángulo que forman el poste y el suelo. ¡Que rebote hacia dentro!
Se queda estática. Absolutamente ningún movimiento. La pelota no entró. Se quedó parada en la línea, apoyada contra el poste. Al unísono, todos sueltan la tensión acumulada. Yo me doy media vuelta mientras el arquero recoge tranquilamente la pelota para así seguir jugando.