(cheun rume)

 

20090422

gol.

De pronto, sin que yo supiera cómo, me llega la pelota. Estaba parado en la entrada del área rival. Por la esquina izquierda del área semicircular. Muy ordenadamente, como señala el manual, detengo el balón con mi pie derecho, la zurda es negada, y con un suave toque la dejo frente a mí. El tiempo se detuvo unos instantes. Observo el balón frente a mí: está exactamente sobre la línea del área. Si tiro, vale el gol. Levanto lentamente la vista, caigo en cuenta que estoy absolutamente solo frente al arquero. Los demás jugadores observan desde lejos. Con el tiempo detenido, lo único que se mueve es mi visión. Siento cómo se hace un silencio a mi alrededor.
En este instante eterno, el arquero avanza hacia mí sin moverse de su sitio. Lo veo saliendo a cortar, agachado, lanzado hacia el balón. Sobre él, un enorme espacio por donde veo el ángulo del arco. ¿Tiro? ¿Fuerte? ¿Despacio? ¿Toco el baló hacia la izquierda para ganarle en velocidad? ¿Engancho hacia la derecha para dejarlo fuera de lugar? Me dolían las rodillas además. Estaba cansado y con mi tobillo izquierdo que apenas me deja pisar. Hace un rato lo había esquivado, pero no me habían dado las piernas para controlar y alcanzar a rematar. Todo esto pasaba por mi mente en este único inmenso instante. Hay que tomar una decisión.
De pronto el reloj comienza a correr a toda velocidad. Se me acabó el tiempo para pensar. Tengo que tirar inmediatamente. Los defensas se me vienen encima, el arquero avanza a pasos agigantados y yo parado, estático, absolutamente detenido. Instintivamente, la pelota sale disparada rápidamente sobre su cabeza. Sube vertiginosamente. Apunté al ángulo más alejado, tiene un camino largo por recorrer. Mi pie la tomó sin mucha fuerza, desde abajo para entregarle suficiente impulso. Delicadamente. Yo ya no tengo nada más que hacer. Fue un instante sublime, donde mi cuerpo se adelantó a mi pensamiento. Donde la urgencia del gol y la belleza del movimiento destruyeron toda la planificación estructurada, para crear una obra de arte.
Cuando la pelota alcanza el punto más alto de su recorrido, inmediatamente por sobre la cabeza del arquero, a poquito más de un metro desde el borde del área, el tiempo nuevamente se detiene. ¿Y si no entra? ¿Y si no le di suficiente impulso? ¿Y si la agarra? En realidad, el tiro es perfecto, fue sorpresivo, instantáneo. No debería preocuparme. Sobrepasó al arquero en nada y sin embargo ahora, cuando ya no tengo control sobre el balón, se vuelve una incógnita. Nuevamente el silencio se apodera de todos.
Los demás jugadores están tan estáticos como yo. Los defensas dejaron de correr. Los únicos movimientos en la cancha son el de la pelota flotando suavemente hacia el arco y el arquero que desesperadamente se da media vuelta para intentar hace algo. Se vio completamente sobrepasado y sorprendido. Sin ninguna posibilidad de reacción. Los ojos de los 10 jugadores están fijos en la pelota que surca el aire. Bajando lentamente.
No hay ninguna posibilidad que el arquero la tome, no la puede alcanzar. La pelota ya le sacó un metro de ventaja mientras se daba la vuelta. Sólo queda esperar que la pelota caiga dentro del arco. Me tranquilizó.
El descenso ya se acentúa. La gravedad implica que la velocidad es mayor en la medida que la pelota se acerque al suelo. Y se está acercando mucho. Demasiado. ¡Debía entrar en el ángulo de arriba! ¿Qué hace bajando tanto? La ansiedad me inclina hacia delante. Mierda no va a entrar. Choca contra el ángulo que forman el poste y el suelo. ¡Que rebote hacia dentro!
Se queda estática. Absolutamente ningún movimiento. La pelota no entró. Se quedó parada en la línea, apoyada contra el poste. Al unísono, todos sueltan la tensión acumulada. Yo me doy media vuelta mientras el arquero recoge tranquilamente la pelota para así seguir jugando.

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