(cheun rume)

 

20100823

Arte Poética

Qué sentido tiene expresar un sentimiento,
si éste brilla solo en tus ojos
pero nunca en mi pecho.

Para qué escribir un poema de amor,
miedo, pasión, júbilo,
desilusión,
si se arroga el derecho impúdico
de sentir hasta un simple peatón.

Para qué cantar a las hadas,
si sus piernas pueden más que cualquier verso,
que cualquier documento,
que cualquier rebuscada inspiración.

Para qué un serventesio de alejandrinos
o veintitrés sílabas acentuadas cada dos,
si desnudos sus senos enseñan sin tremor.

O de qué sirve una oda armónica,
celeste o coloquial,
ante sus hombros constelados
de pecados y caridad.

Mejor bailar en libertad!
Que la belleza y el sentimiento,
no son más que un pretexto
para construir una Columna Triunfal.

20100822

Postal Típica

20100817

el hombre imaginario

Nirgendwo und nirgendwann sind die Antworten alle die Fragen die man stellen kann.
Und alle die Fragen sind immer nur eine Frage: warum?

Hoffenlich wird die Sonne morgen wieder glänzen. Und warum nicht? Wenn man die Antwort hat, die veraltete Sonne darf noch mal ein König sein.

Ein erdachter Mensch braucht aber keinen König und keine Antwort. Der erdachte Mann braucht nur die Fragen die er erleben kann. Um glücklich zu sein, braucht dieser Mann nur einen Kuli um seinen Gedanken zu schreiben.

Warum?

Weil nirgendwo hier ist, weil nirgendwann Morgen kommt. Und Freiheit kommt auch mit. An den Händen die beiden gefasst.

20100809

Carta a mis amigos olvidados

Queridos Amigos Olvidados:

Mucho me he detenido a pensar en ustedes. Innumerables veces han salido de su olvido cómodo para posarse en el ruedo de mi hipotálamo. Y si bien esta contradicción, la de recordarlos en el olvido, es afirmativa, no explica muy bien la razón por la que me dirijo esta tarde a sus memorias. Muchos de ustedes quizás nunca entiendan la razón última de mi carta. Quizás tampoco le importe a la mayoría. Posiblemente se pierdan los sobres en alguna oficina del Correo. Y si ocurriese el milagro de que el papel llegue finalmente a sus manos, no tendrán tiempo para leerla ni para reconocerme en la escritura. Se me figura a mí que poco importa en realidad. No sé cómo lo vean ustedes, pero a mí me parece que esta carta es más una necesidad de expresión que un capricho de comunicación y nostalgia.

Hay entre ustedes un sinfín de realidades distintas. Está desde la flor de manos níveas que se me aparece en sueños los días pares, hasta el simio egocentrista y despreciable que se mofa de mí cada vez que me ve caminando por entre las alamedas. Verán amigos míos, entre ustedes hay una colección de seres de las más diversas formas, colores, sensaciones y constelaciones. Hay quienes ni siquiera saben quién soy yo, pero que aún así considero amigos. Otros que están en la posición totalmente opuesta: ayer me saludó un personaje aleatorio con una honesta sonrisa. Y no es que los desprecie o los niegue, simplemente se me olvidan. Ruego me perdonen por olvidarlos, no es mi culpa ni mi intención. Es mi cerebro que está ocupado en otras cosas el que no deja el espacio que tan amablemente se ganaron.

Quizás algunos saben, o recuerdan haber sabido, que mi mente funciona sin que yo intervenga mucho. De repente no más se me aparecen ideas fulminantes que solucionan los más diversos problemas. Habitualmente eso me ocurre en la ducha o caminando por el centro. Ideas a veces tan vanas y absurdas, como otras profundas y elaboradas. Ideas que a veces causan más problemas de los que solucionan, o que de frentón no arreglan nada. Tengo tantas ideas redundantes como amigos olvidados. Todas estas ideas se van entrelazando ente sí para formar una malla compacta y resistente. Un tejido gris, palpitante, vivo, que se fundamenta a sí mismo, que existe por derecho propio. Estas ideas que me bombardean toman matices fundamentales. Si no quisiera evitar la superstición y acreditara en la verdad absoluta, podría decir ques Dios el que a veces me habla al oído.

Pero un dios distinto, téngase presente.

Existen dioses diversos según mi parecer. Algunos, como el dios de occidente, es fundamentalista, absolutista, afirmativo, resolutivo. Un dios que tiene mucho más de pragmático que de divino. Uno que no se avergüenza de utilizar sus privilegios celestiales para imponer entre los hombres su visión sesgada y su particular jerarquización. Un dios colectivista y colectivo, que sólo existe en la medida que lo vean existiendo cada vez más individuos. A ese dios yo no puedo más que rechazarlo. Ese dios irracional, ególatra, acaparador, es el germen que convierte esta carta en una necesidad. Cuando hablo de Dios, me refiero a un dios menos altanero pero infinitamente más poderoso.

Con la arrogancia del artista, el que por usar un par de adjetivos rebuscados (inefable, estoico) o un verbo insípido (solazar, languidecer) se cree que dice algo más que nada, me doy el poder de definir al dios que me habla al oído. Un dios sin imagen ni semejanza. Un dios particular que esgrime razones y no dogmas. Un dios de adjetivos y no sustantivos. De diferenciales distintos de nulo. Un dios pitagórico, euclídico, gaussiano, laplaceano, lagrangeano, finsleriano. Un dios, en definitiva, omnipresente y, por sobre todo, racional. Constructivo. Libre, bello y bueno. En el más platónico de los sentidos.

Este dios, amo de todas las ideas y señor de la biyectividad, me lleva finalmente a escribirles esta carta.

¡Ay queridos amigos!

Si dejaran de lado ese dios auxiliar que vino a cegar su razón. Si rompiesen esas cadenas opresoras que los ahogan cuando nadan contra la corriente. Si olvidaran esa incuestionable moral caprichosamente autoimpuesta, podríamos confluir quizás en algo más que estas líneas. ¿Hace cuánto no hablamos con verdadera franqueza?


Habría que comenzar quizás por el día en que nos olvidamos. Ese día lejano en que dejamos de frecuentarnos. Seguramente estaba lloviendo, siempre llueve cuando alguien olvida. La lluvia ayuda a lavar las ideas. Es como un sedante. Ese día ustedes partieron todos, se fueron por sus caminos multicolores y nunca más se cruzaron conmigo. Todos ustedes, amigos olvidados, tomaron una vía diferente, pero fueron a parar al mismo coliseo circense. Mientras yo me quedé aquí en la Galia, ustedes se embarcaron en esas galeras romanas, como remeros esclavos, y recorrieron el Mediterráneo. No enfrentaron cíclopes ni sirenas como Ulises, más bien, simplemente, remaron con fuerza nubia hasta adentrarse en el olvido. Ese olvido que los hizo a los unos tan irrelevantes como a los otros. Pudiendo ser los padres de Marat, prefirieron la decadencia del imperio.

Queridos amigos, he ahí el primero de los daños que su olvido ha ocasionado. Verán, toda su fuerza, toda su destreza, toda su manchega prestancia, se ha diluido entre la chusma y la muchedumbre extranjera. Entiéndanlo bien, la razón de su olvido no es el imbatible tiempo, que borra los recuerdos como si fueran arena en la bahía más bella de Las Indias; es el espacio newtoniano el que han burlado. Y esta burla no los hace más fuertes, no los hace mayores ni les entrega más tesoros, por el contrario, les quita relevancia y vigor. Ustedes, queridos amigos, que estaban llamados a derramar su sudor en esta tierra resquebrajada, desoyeron las trompetas y privaron a su patria de las manos para construir su propia empalizada. ¿Y por qué? Por la promesa vana de oro. Por la seguridad falsa que entrega ese dios querendón y sus ministros, o diría mejor secuaces, ignorantes de nuestra realidad. Desconocedores de nuestro politeísmo hélico.

Así ven ustedes queridos amigos, que el tributo que como provincia lejana debíamos pagar, fue mayor de lo que pensamos en un comienzo. Porque no sólo son sus manos las que abandonan su labor creadora. No es simplemente la alfarería milenaria la que se ve perjudicada por su decisión encaprichada de adolescencia. El daño que de su actuar deriva no sólo se encuentra en la simple dimensión de la privación. El daño que ocasiona seguir a ese dios discrecional se ramifica todavía en más letales primores.

El hecho casi inconsciente de su partida, debería a nosotros, los pensadores crónicos de la república, llenarnos y sofocarnos de preguntas. Sin embargo, eso no acontece. Aceptamos con naturalidad que nuestras manos vigorosas nos dejen en impotente clamor. Esto no puede ser más que una muestra de cuán profundo es ya el daño perpetrado. Queridos amigos olvidados, la partida es un golpe a lo más profundo de nuestras raíces. Al partir ustedes, se dejó una deuda impaga. El acreedor invisible, lamentablemente, no puede hacer oír su voz para que le sea devuelto lo que es suyo. Por siglos le han enseñado a callar frente a los deseos del Señor.

Nuestra sociedad ha sido progresivamente mermada, acallada, amordazada. Se nos ha ido privando de nuestro único bien: la orgullosa resistencia del pensar. De razonar. Esta sociedad, empero, se ha esforzado por educar altivos cancerberos del pasado. Fuertes centinelas de las glorias de antaño. Por supuesto, asumiendo el costo de ello. Esta tierra se ha desangrado por ustedes, hijos de Ceres. Ha perdido su inocencia y su juventud, por, como una madre solitaria, entregarnos las herramientas para que nosotros, durante su vejez siempre renovada, podamos devolver la mano.

Ésta es la segunda dimensión del dolor que causa verlos remar por las costas egeas. Ver y saber cómo tantos han muerto para que sus hijos no sean esclavos, y sentir en la lengua un sabor amargo que se parece a su fracaso. Prueba de ello es la poca sorpresa que nos causa su decisión. Con los años hemos alcanzado tal nivel de conformidad con este problema que ya no es molestia para un corazón de plástico que se le escape el futuro como agua entre los dedos. ¡Incluso hay quienes los alientan a salir de aquí!

Queridos amigos olvidados, tengan presente siempre que olvidarnos es no recordar tampoco la deuda que por nacer y vivir contraímos entre todos. Tengan presente que la partida es una inversión que se transfiguró en gasto por culpa del primero de los 10 mandamientos.

Pero no sólo eso queridos hermanos. El dolor de la partida tiene una tercera arista que tampoco nadie parece percibir. Y entiéndanlo bien, que desde el cielo nadie lo apunte con el dedo, no significa que no exista. Es simplemente que nadie se ha tomado una pausa para confirmarlo. Me refiero a que el trabajo que con tanto desprestigio realizan en la más romana de las capitales, no sólo los priva de su energía renovadora, no sólo los convierte en un parásito despreciable, también se vuelve directamente hacia los amigos que han dejado atrás. Porque, guste o no, es una verdad como el azul del cielo que los amigos cuando se olvidan pasa a ser enemigos. Queridos enemigos entonces, su dolorosa partida es un ataque a nuestra libertad. Sus manos ahora crean para otros. Son otros los que cosechan los frutos que sembramos desde acá. Y esos otros, como Nerones múltiples, se regocijan en llevar setenta vidas impidiéndonos crecer. Setenta vidas imponiéndose como única verdad válida. Setenta vidas estandarizando nuestra identidad plural.

Créanme cuando les digo, queridos amigos, que no puedo comprender por qué decidieron hacer semejante daño en vez de evitarlo. Créanme que los recuerdo por las noches y no logro entenderlo. Quisiera no tenerlos tan olvidados como están. Quisiera de verdad sentirlos cercanos y vivos. Pero se me figuran cada noche un poquito (24 horas) más cerca de la paciente muerte.

¡Que dios los guarde! Queridos hermanos. Para que nos encontremos más temprano que tarde, en algún café del centro y podamos ahí, planear cómo recordar nuestra amistad.

Horacio Lara M.

20100801

Plagio: un petit poème en prose

May I inquire discreetly, have you ever seen the rain?


Dos personas conversaban mientras caminaban por las calles intermitentes. Entre salto y salto, le preguntaba el primero al segundo, "¿Hai visto cómo ha llovido? Cómo se ha abierto en un minuto el cielo para descargar el granizo bíblico sobre las calles maltrechas."
El otro mira a su alrededor quizás por primera vez en mucho tiempo. La poca costumbre le impide ver los cerros más verdes que antes, las hojas brillantes de los árboles; los aromos amarillos y los ciruelos en rosa; las nubes blancas y rechonchas ultrajadas por potentes rayos de sol. Ve en cambio un quiltro mojado y perdido en lo más alto de una torre abandonada por amenaza de derrumbe; ve los vidrios rotos en otra esquina, que titilan como el agua acumulada en los hoyos de las veredas; ve las vísceras grises y violetas que se diluyen en la inmensidad del cielo.
"¿Hai visto alguna vez la lluvia caer en un día de sol?" Repitió el inquisidor. "El olor a tierra mojada que se confunde al entrar victorioso en la ciudad; el verde araucano que llena los ojos húmedos con el suave calor del sol de invierno; el idilio terrible de la contradicción. ¿Hai visto la lluvia y el sol?"
El otro, ante tanta insistencia, lo mira incrédulo y por primera vez con los ojos abiertos en una mueca de desesperación. "Siempre ha sido así, en Conce siempre llueve así."