(cheun rume)

 

20110525

La Ecuación de Zarathustra

Zarathustra presentó el concepto del eterno retorno y del übermensch. Según el sabio persa, retornar siempre al comienzo en todos los sentidos implica necesariamente que todos los hechos, pensamientos, acciones y cualquier otro pecado del individuo, se repetirán eternamente sin importar lo que hagamos para cambiarlo. Es a la vez una bendición y una condena.

Bendición porque entender nuestra condición cíclica, fuerza al individuo a no tener miedo de sí mismo ni de lo que lo rodea, sino a superarse en cada instante pues deberá volver a pasar nuevamente por lo mismo. Zarathustra en este sentido es un liberador, pues enseña el conocimiento de sí mismo y la fuerza de plantarse a hacer lo que a uno le venga en gana. Pero es el eterno retorno al mismo tiempo una condena. Una condena eterna a la insignificancia de la grandeza. No importando lo sublime del individuo, su condición cíclica lo hace confluir finalmente a un estado estacionario, donde, sin importar sus acciones, siempre será oprimido por un orden superior. Es en este caso Zarathustra un verdugo. Su determinismo lo convierte en la antítesis de sí mismo, en un cristiano fervoroso, que condena al hombre a la vida eterna y a la decadencia.

¡Oh Zarathustra! ¡Ateo y creyente al mismo tiempo!

Un individuo, como una relación cíclica y periódica del tiempo, puede representarse como una función φ con dominio en el tiempo y recorrido arbitrario tal que φ(t) = φ(t+T), para todo t y para algún T real conocido o no. En otras palabras, según Zarathustra, el hombre es una función determinística del tiempo que se repite constantemente. Inalterable. Abajo el libre albedrío. ¿En qué se diferencia esto del cristianismo? ¿Acaso Zarathustra también es un filósofo cristiano, moralista, como todos los que él mismo condenó?

Porque de cualquier modo, esta concepción cíclica corresponde a un ideal. Y por ideal entendemos el imperfecto capricho de un orden superior. Sea un dios muerto o sea el determinismo de lo cíclico, lo cierto es quel individuo pierde su libertad en manos de este monstruo llamado tiempo.

Cabe preguntarse dónde queda el superhombre en este modelo. Aquel concepto de vida superior alabado por el ermitaño y forjado a su propia imagen y semejanza. ¿No es acaso Zarathustra el único superhombre quel mundo ha conocido? ¿No es acaso él el único capaz de romperle la mano al tiempo y ser su propio maestro?

Su existencia temporal, acotada a determinado intervalo, le permite a Zarathustra reunir, sumar, moldear a la forma de la verdad, la realidad que le rodea. Haciendo entonces su obra la más grande de las obras, pues es una obra que logra quebrar la secuencia de los hechos. Se puede entonces definir al superhombre según la siguiente relación:

El superhombre, como integrador, se define en un tiempo determinado, entre t0 y tf. En una época en particular. El superhombre, no es cualquier hombre, sino sólo aquel que es capaz de dominar y cambiar el tiempo en el cual se desenvuelve, tomando al individuo original y llevándolo a un nuevo estado superior. El superhombre es así un ser definido por su época, pero que a su vez la define el mismo. De esta forma, rompe con la cíclica condena de su existencia mortal y trasciende en virtud de su valor absoluto. El superhombre no es una función del tiempo continuo, sino apenas de un instante inicial y un instante final. De este modo, pueden entonces distintos hombres tener distintos valores, según cómo se defina el recorrido de la función φ.

En efecto, el valor del superhombre depende de la suma de los hechos “buenos” o positivos y los hechos “malos” o negativos que se desenvuelven en el período escogido [t0, tf]. Si los primeros sobrepasan a los segundos, podremos decir que la función del superhombre tiene un valor positivo y por lo tanto su existencia es una mejora al sistema en el cual se desenvuelve. Por el contrario, para una mayor preponderancia de los hechos “malos”, entonces la función del superhombre tomará un valor negativo y constituirá una muestra del grado de perversión de este individuo particular. De esta forma se puede establecer una jerarquización, una ordenación de los superhombres. Atención, de los superhombres, no de los individuos iniciales.

Un tercer escenario se puede presentar y éste es que la integral definida termine teniendo un valor nulo. En tal caso, ¿es el superhombre efectivamente un superhombre?

Vale la pena detenerse un instante en esta pregunta. Una respuesta afirmativa se sustentaría fácilmente por la definición algebraica que hemos dado de superhombre. Por definición, el superhombre sería un superhombre. Una respuesta negativa, por el contrario, provocaría un debate más profundo sobre la naturaleza del individuo y la correcta aplicación de un cuerpo platónico, como el álgebra, para modelar realidades (sean éstas físicas o psicológicas).

En particular, un valor nulo se podría dar en dos circunstancias: O el individuo no hizo absolutamente nada para demostrar su naturaleza de superhombre (i.e. φ(t)=0, para todo t); o la combinación entre el recorrido de la función y el intervalo elegido es tal, que las áreas bajo la curva se cancelan. En esta última situación, el individuo mantendría una constante lucha para balancear aquello que define como “bueno” con lo que define como “malo”. Con la moral. Un superhombre que en un intervalo arbitrario tenga un valor nulo, es necesariamente un ente moral.

Por ello, Zarathustra predica la destrucción de toda moral. ¿De qué nos sirve un superhombre que es incapaz de superarse a sí mismo?

¿Y por qué debiere servir para algo? ¿No es acaso eso de servir un tipo particular de moral?

Reformulando la pregunta: ¿Existe un superhombre cuando su valor es cero? ¿O es simplemente un payaso que sabe cómo morir?

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