(cheun rume)

 

20101017

La trucha y el caballo.

Estaba un día de verano el caballo bebiendo de un calmo riachuelo. Vio entonces una trucha poco más allá que se desfiguraba por nadar aguas arriba.

"Pero, ¿qué haces trucha?"- Preguntó el caballo. "¿Por qué te esfuerzas tanto en nadar contra la corriente? ¿Acaso no ves que no avanzas?"

La trucha lo miró de reojo e hizo una mueca de desprecio.

"Mira caballo, no te metas donde no te han llamado." Respondió con seguridad. "Si dejo de nadar, seguro que me arrastra la corriente y termino anda tú a saber dónde."

Los enormes ojos vacíos del caballo se abrieron todavía más detrás de sus anteojeras y relinchó:

"¿Pero qué puede pasar? Bajarías por todo el país, por la falda de la cordillera, por los campos sembrados de oro, por las selvas australes, los cerros antiguos y por los humedales prolíferos hasta llegar al enorme océano donde podrías descansar y pasear a tus anchas."

"¡¿Pero y te parece poco?!" - Grito alarmada la trucha - "Llegar a disolverse en un océano, donde cada gota de agua es tan insignificante como la que tiene al lado. ¡No señor!"

Sin comprender aún, el caballo siguió bebiendo el agua cristalina mientras agitaba la cola para espantar las moscas.

"Si no nadase, además, seguramente moriría en alguna cascada, aplastada contra las rocas como un insecto. Ahora sólo dependo de mi esfuerzo para seguir viva, sólo de mi sudor para alcanzar las nieves eternas."

"Está bien" - dijo el caballo que se dio la vuelta para seguir pastando un poco más allá. Si no hubiera sido vendado por los hombres, el noble animal habría visto que efectivamente aguas abajo el dócil riachuelo se convertía en furiosos rápidos. Y habría notado también cómo la trucha se deformaba inútilmente bajo la fuerza del agua en sus hombros, a la misma velocidad a la que transcurría esta conversación.

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